viernes, 9 de diciembre de 2016

PALABRAS QUE QUIEREN SER ESCUCHADAS

Las historias urbanas se desarrollan en el lugar que menos lo esperas, solo es cuestión de poner mucha atención a nuestro alrededor para poder ser parte de una de ellas; en mi caso el peregrinar diario por la Ciudad de México me permite encontrarme con historias que vale la pena ser contadas.

Ante la ya rebasada capacidad del Sistema de Transporte Colectivo Metro de nuestra bella capital, las autoridades han implementado operativos de dosificación, los cuales se aplican principalmente en horas pico, en las principales estaciones, ya sea terminales o transbordos. 

Como todos los días mi camino hacia mi trabajo me lleva a la estación Pantitlán de la línea 1, en ésta están colocados estratégicamente tres retenes para dosificar a los cientos de ciudadanos que día con día utilizan este transporte para llegar a sus destinos.

Eran aproximadamente las 7:10 de la mañana, a toda prisa, cientos de personas cruzan el paradero de un lado a otro, unos como yo corrimos con la "mala suerte", por así llamarlo, de quedar atrapados en uno de los retenes, haciéndonos a la idea de que llegaríamos un poco más tarde de lo habitual a nuestros destinos. A mi alrededor había muchas personas y mientras pasaban los minutos más y más gente llegaba al lugar, de pronto un hombre que se encontraba hasta el otro extremo comenzó a hablar.

Hermanos buenos días, alzó la voz y continuó, hoy les pido por favor que agradezcan a Dios el haber despertado, si bien todos tenemos problemas, todos tenemos necesidades, pero al menos tenemos la vida, uno de los más preciados regalos que el creador nos otorgó. 

Miré con mayor atención al hombre, tenía unos 50 años aproximadamente, llevaba puesto un pantalón de mezclilla y una chamarra oscura, gorra y una mochila en su espalda, los zapatos llenos de tierra, seguramente se dedicaba a la construcción, en una de sus manos llevaba su biblia y en la otra un rosario.

El hombre continuó hablando, hermanos les pido que por favor hoy valoren todo lo que tienen, que miren a sus esposas, hijos o a sus amigos y les digan cuánto los aprecian porque no saben si mañana podrán hacerlo, sean agradecidos con todo lo que tienen y lo que los rodea, no valoren cosas que no tienen importancia.

Muchas personas lo ignoraban, otros más lo miraban de reojo mientras esperaban a que abrieran las rejas para continuar con su camino. El hombre tomó su biblia y comenzó a leer un versículo, no recuerdo exactamente cuál fue, pero cuando terminó de leer, y justo antes de que abrieran las rejas algunos de los usuarios contestaron el gesto, con un solemne Amén.

Bueno hermanos, les agradezco haberme escuchado, que tengan un buen día y que Dios los bendiga, concluyó el señor; la multitud comenzó a avanzar, cada uno con un rumbo diferente, su palabras hicieron eco en mí y me la pasé pensando en lo que dijo por unos días; lamentablemente, dos días después una ex compañera y amiga de la universidad murió en un accidente automovilístico, recordé entonces lo que había dicho aquel hombre. 

Tal vez debido a la alta ola de inseguridad que se vive en las calles capitalinas es común que existan estos ministros urbanos encargados de llevar un mensaje de paz y armonía a los cientos de ciudadanos que día con día salen de sus casas pero no saben si regresarán.

Así que si un día escuchan que alguien comienza a hablar de la palabra de Dios, no les cuesta nada poner atención, escuchar, sea cual sea su religión, a veces esas parábolas describen cosas o pajes de nuestras vidas que sin duda, nos hacen reflexionar.

Por mi parte no pienso perder ni un segundo en abrazar, llamar por teléfono, hacer una visita, saludar y despedirme de mis seres queridos, compañeros de trabajo, etcétera. No nos quita nada decir buenos días, hasta luego, por favor, gracias o perdón, porque luego puede ser demasiado tarde. 

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico elbone089@gmail.com





domingo, 28 de agosto de 2016

MEDALLAS OLÍMPICAS PARA DISCIPLINAS CHILANGAS

Hace unos días mientras iba rumbo al trabajo entré al metro, esperaba pacientemente a que llegara el tren, había poca gente, creo que son de las pocas veces que tengo suerte y no hay tanta afluencia, tal vez hasta pueda viajar sentado, fue lo primero que pensé.

A lo lejos, en el túnel se alcanzaba a ver la luz tenue del convoy que avanzaba en la oscuridad, la gente comenzaba a acercarse para alcanzar a subir; de pronto, una señora como de unos 40 años que seguramente venía del mercado de la Merced, pues llevaba una bolsa de mandado en una mano y en la otra una piñata, aceleró su paso lo más rápido que pudo para alcanzar a entrar al vagón, corrió y corrió, abordó casi cuando las puertas se cerraban, al verla recordé a Usain Bolt y me la imaginé corriendo en la Olimpiadas en la prueba de los cien metros planos, llevaba unas zapatillas rojas muy altas, pero eso no impidió que corriera a toda velocidad; después de recobrar el aliento, la mujer se sentó y se quedó profundamente dormida, abrazando ferozmente su bolsa y su piñata.

Por la mañana, vía redes sociales, los medios de comunicación daban cuenta de una pelea entre microbuseros que se calentaron al irse peleando por el pasaje, el vídeo lo había grabado un ciudadano que pasaba por el lugar cuando los dos hombres se estaban dando con todo.

En las imágenes se puede apreciar como uno tiene de rodillas al otro mientras le propina varios golpes a la cara y al cuerpo, una mujer que venía con alguno de ellos, sostiene con una mano a un bebé y con la otra un bate de baseball para evitar que lo usen como arma.

En el audio se escucha que la gente les pide que se calmen mientras uno de ellos, que a mi parecer ya había ganado la pelea, se defiende y dice que el otro tuvo la culpa; después de varios minutos se levantan del suelo, se limpian la sangre y cada uno sube a su unidad.

Después de ver el vídeo y comentarlo con mis compañeros de oficina, llegamos a la conclusión que estos dos personajes bien podrían estar participando en las olimpiadas de Río de Janeiro, en la Lucha Olímpica o en el Box, categoría de peso completo claro, y quién sabe, hasta una medalla de oro podrían haberse traído.

Más tarde mis pasos me guiaron cerca del Paseo de la Reforma, me encontraba sentado comiéndome un helado mientras el sol caía poco a poco; a lo lejos comencé a escuchar mucho alboroto, se oían consignas en contra del gobierno, me di cuenta que era una marcha, el contingente era bastante grande; hasta adelante iba un camión con varias bocinas por las que se escuchaba la voz de uno de los líderes, que cómodamente iba sentado y por los altavoces dirigía a los que lo seguían, “basta ya de abusos por parte de gobierno represor” era algo de lo que declama, después avanzaban varias personas con pancartas y banderas de huelga.

Me levanté y me subí a una de las bancas para apreciar mejor la protesta, en el contingente también iban mujeres indígenas, maestros de la CNTE, integrantes de los 400 pueblos, estudiantes y hasta atrás los clásicos anarquistas quienes hacían pintas en los muros de comercios y en las esculturas que están a lo largo de la avenida.

Era una marcha muy grande, de esas que se ven casi todos los días en la Ciudad de México y que el gobierno apoya basándose en el respeto de los derechos humanos y la libertad de expresión, el camino a seguir era desde Los Pinos hasta el Zócalo Capitalino, son casi nueve kilómetros de recorrido de un punto a otro, una distancia considerable como para ir a pie, bajo el sol y a paso lento; sin duda esas personas podrían ser unos excelentes marchistas que bien conseguirían ir a los juegos olímpicos y traerse algunas medallas de oro. Mientras la marcha avanzaba, me quedé un rato más admirando el paisaje citadino.

Por la noche rumbo a mi casa abordé un taxi, casi no había tráfico así que el desplazamiento iba a ser rápido, el taxista me contaba una historia mientras manejaba sobre el Eje 1 Norte, las luces de la ciudad iluminaban el camino, de pronto dio un volantazo para evitar caer en un bache, ¡no lo vi joven, si no lo esquivo nos quedamos sin llanta!, efectivamente el hoyo era bastante profundo, por la misma vialidad, nos encontramos con otros baches, unos más grandes que otros, coladeras desniveladas, vados y topes que al no estar pintados se convierten en auténticos peligros; el chofer era bastante bueno para esquivar los obstáculos, pensé que esa habilidad también merecía una medalla olímpica.

Sin duda nuestra hermosa ciudad capital es un buen escenario para entrenar si es que de deportes se trata, por ejemplo en bicicleta donde tienes que lidiar con obstáculos aun cuando vas por la ciclovía, tal como pasa en el descenso de montaña; o en el triatlón, donde corres para alcanzar el camión, te mojas en los “encharcamientos” y usas la bici o bicitaxi para ahorrar tiempo al llegar a casa. Así que a todos mis amigos chilangos les digo que tenemos cuatro años para prepararnos y llegar bien entrenados a los siguientes Juegos Olímpicos en Japón.

Por cierto, muchas felicidades a esos grandes hombres y mujeres que se trajeron una medalla desde Brasil, no importa si es de oro, plata o bronce, estar ahí, donde están los mejores ya es un gran logro; gracias por su esfuerzo, por su valentía, por su entrega, por sus agallas y por demostrar que con trabajo todo se puede alcanzar, felicidades a nuestros medallistas olímpicos.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.


lunes, 8 de agosto de 2016

NECEDAD ADOLESCENTE

Regresaba a mi casa después del trabajo, había sido un día pesado, la lluvia que cayó esa tarde en la Ciudad de México complicó todo, mucha gente desesperada por llegar a casa, caos en las calles por las avenidas inundadas, el metro llenísimo y con retraso; problemas típicos de una gran urbe. 

Por fin llegué al paradero de Pantitlán, esperé un buen rato para poder subirme a la combi que me llevaría a mi hogar, pensé por un momento irme en un taxi para llegar más rápido, pues por lo regular esa distancia la recorro aproximadamente en 15 minutos, me subí y me acomodé en el asiento de hasta atrás.

Cuando el vehículo se llenó, el chofer arrancó, la mayoría de los pasajeros iban en su rollo: unos texteando o jugando, otros escuchando música, unos más intentando dormir; otros platicando entre sí de la larga jornada de trabajo o estudios, así como de la lluvia que había caído; mientras, en las bocinas del vehículo se escuchaba el “Panda Show”, uno de los programas preferidos de los conductores de transporte público; en ese espacio, el locutor en complicidad con los radioescuchas, se encargan de hacerle bromas a la gente a través de llamadas telefónicas. Por mi parte yo intentaba relajarme después del día tan largo que tuve, de pronto una voz llamó mi atención, al principio no le tomé importancia, pero poco a poco fui prestando más atención. 

Se trataba de una joven de entre 16 o 17 años, la cual iba acompañada de su madre, las dos venían sentadas casi frente a mí, la chicha mencionó a su progenitora la “estrategia” que tenía para aprobar la materia de inglés: mira mamá, no voy a entrar a clase todo el semestre para que la maestra me mande a final y cuando eso pase le voy a pagar a un chavo para que me de las respuestas del examen, la madre dejó de mirar hacia afuera de la combi y le prestó mayor atención a su hija.

¿Qué vas a hacer qué? preguntó la madre con tono alto y de enojo, la joven volvió a mencionar su táctica y añadió que muchos de sus compañeros de otros semestres lo habían hecho varias veces; la madre le dijo que era mejor estudiar y presentarse a clase para evitar hacer esa trampa que le podría acarrear muchos problemas. 

La estudiante dejó de ver su celular por un momento, levantó la mirada hacia su madre y dijo ¿Qué no entendiste lo que acabo de decir?, no soy buena para el inglés y nunca lo he sido, hasta parece que no me conoces. La señora volteó a ver a los pasajeros esperando que no hubiesen escuchado la forma en cómo le contestó su hija, se dio cuenta de que casi todos la ignoraban, así que volvió a la conversación con la joven.

¿Y cómo se supone que te va a pasar las respuestas ese amigo que dices? le preguntó enérgicamente; mira mamá contactas a este chavo por Facebook, le pides las respuestas del examen según la materia que necesites, él te da un número de cuenta para que le deposites la cantidad que te pida y cuando le hagas la transferencia te manda las respuestas, obvio presentas el examen y lo pasas; respondió de nuevo la joven muy segura de sí misma. ¿Y si no le haces el depósito? pregunto de nuevo la madre.

Pues te mata, le respondió rápidamente, en ese momento no pude aguantar más y esbocé una ligera sonrisa, debo confesar que me aguante las ganas para no reírme más fuerte; no fui el único que iba atento escuchando la conversación y me di cuenta cuando una señora que estaba sentada frente a mi comenzó a reírse. La madre intentó hacer que su hija desistiera de su loca idea, pero una vez más la joven le dijo que no entraría a clases y que haría lo posible por reprobar.

Cada que la madre quería hacer un comentario sobre el asunto su hija le daba la vuelta; no cambiaba de idea y buscaba una y otra excusa para tratar de convencer a su madre de que era lo mejor que podía hacer. Mientras tanto, la señora se dio cuenta que no podía ganar esa discusión y decidió seguirle la corriente a la muchacha; casi al llegar a mi casa la madre le cuestionó cómo iba en matemáticas; la joven sonrió y con un tono burlón le dijo: pues voy más o menos, total si no paso o me reprueba pues le escribo al chico que te conté para que me pase las respuestas del examen, ¿no?

En ese momento no puede aguantar más y solté una gran carcajada; le indique al chofer que bajaba en la siguiente esquina, descendí de la combi y dejé que la joven y su madre siguieran su camino, sin duda esa adolescente me hizo olvidar el largo día que tuve. 

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico elbone089@gmail.com


Foto: Internet



lunes, 25 de julio de 2016

EL VAGABUNDO ANDRÉS

Paseando por la Alameda Central me detuve y me senté en una de sus bancas para contemplar las distintas tribus urbanas que hacen de ese espacio público su punto de reunión. De pronto, una persona se me acercó, tenía la ropa en mal estado, el cabello largo y maltratado, aparentaba unos 60 años, la cara y las manos estaban sucias. Vestía
un pantalón azul marino roto y desgastado, una playera blanca y un saco gris; en una mano sostenía un periódico y en la otra una botella de agua a medio tomar.

Me hizo una seña, interpreté que quería una moneda, pero no se la di, miré hacia otro lado esperando que con eso se alejara, pero no fue así, dio dos pasos hacia adelante y justo cuando más gente pasaba cerca de él, comenzó a hablar; al principio no le di importancia, pero poco a poco comencé a escucharlo con más atención.

Primero le reclamó a un hombre por no sonreír, dijo que si un ser humano no sonreía por lo menos una vez al día, no podía decir que era alguien feliz; luego le preguntó a otro sujeto por qué cuando él se le acercó, se había alejado como si le fuera a pegar una enfermedad; el hombre intentaba entablar una conversación con la gente, pero una y otra vez era ignorado, como si fuera invisible, como si no existiera.

Algunas personas que estaban sentadas alrededor de las fuentes que enmarcan este lugar, miraban al individuo con un poco de interés, pues cada que podía levantaba la voz sin llegar a gritar. Después, intentó dar un abrazo a uno de los transeúntes que se cruzó en su camino, pero fue rechazado con un leve empujón.

Varias veces fue despreciado por los paseantes, sin embargo, eso no le borró la sonrisa del rostro, me pregunté ¿de qué se reía?, ¿estaría borracho?, poco a poco me fui acercado para intentar entenderlo, mientras él no dejaba de hablar, tal vez estaba loco, fue lo que primero que vino a mi mente.

Comenzó a hablar de religión, después siguió con política, cultura y, a pesar de su facha, parecía ser alguien inteligente, pues sus opiniones y referencias a distintos temas no eran del todo descabelladas, incluso citaba a grandes personajes de la historia, poetas, políticos, escritores, religiosos y más.

Minutos más tarde inició una conversación consigo mismo, fue así que muchos de los presentes, quienes antes lo ignoraron, comenzaron a prestarle atención, se reían y lo miraban fijamente; poco a poco logró que más gente se acercara para escucharlo, ya no eran ni una ni dos personas quienes lo rodeaban, ya se contaban alrededor de 30 almas reunidas y que atentamente seguían su narración.

Dijo ser alguien que había tenido todo en la vida: fama, dinero, mujeres, autos, viajes etcétera; recordó haber sido director general de una gran empresa a nivel internacional y que por diversas razones lo había perdido todo, quedándose en la calle. Mencionó que también se dedicó a la venta de bienes raíces, incluso le reclamó a una mujer el por qué no quería pagarle el monto total de la venta de una propiedad; una y otra vez se lo reclamó y le advirtió que si no le pagaba la iba llevar hasta los tribunales.

Finalmente, después de casi 10 minutos de palabras sin sentido, narraciones, historias, ademanes y una que otra pelea con sus múltiples personalidades, agradeció a los presentes su atención; dijo que era actor de teatro y que estaba interpretando a uno de sus personajes favoritos llamado Andrés el vagabundo.

Muchos de los presentes le aplaudieron, porque más allá de su apariencia física y de lo alocado que podría parecer, su interpretación había sido muy buena; algunos otros le dieron dinero, Andrés se despidió de todos con la frase “Gracias por apoyar a este pobre vagabundo, que de pobre no tiene nada”. Emprendió su camino y desapareció en la entrada de la estación del metro Bellas Artes.

Tal vez tenía razón, pues su pobreza podría ser monetaria, sin embrago, era rico en sonrisas, aplausos, opiniones y sobretodo en valor para enfrentar a quienes lo desprecian por vestir, caminar y actuar distinto, en un país en que los prejuicios siguen siendo el pan de cada día.

En la ciudad de México es común encontrarse con tipos como Andrés, quienes explotan su talento en cada esquina de la ciudad o en cada estación o paradero del Metro, podemos ver a grandes cirqueros, cantantes, poetas, malabaristas, merolicos, entre otros; personajes que pueden pasar inadvertidos y llegar a engañar a nuestros ojos, pero que en ocasiones nos sorprenden y atrapan a nuestra mente y por qué no, a nuestro corazón.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca.

Foto: larazon.com

martes, 12 de julio de 2016

EL REY MYSTERIO DE PANTITLÁN

La primera vez que lo escuché me pareció un loco más, uno de tantos que existen en la gran Ciudad de México, era muy temprano, casi las siete de la mañana, la entrada a la estación del metro Pantitlán de la línea 9 estaba a reventar, casi como todos los días, pero esta vez se veía más lleno que de costumbre.

La gente se aventaba para poder ingresar, unos corrían para intentar subirse al tren, otros, los más resignados, se formaban en la larga fila y esperaban su turno sabiendo que el acceso iba a ser lento.

Uno tras otro, los usuarios caminaban en dirección al andén, todo era igual que siempre, gente de traje, mochilas por todos lados, portafolios, tacones, perfumes; pero de pronto algo cambió, a lo lejos se escuchaba el grito de una persona que con todas sus fuerzas increpaba a los policías “órale cabrones, dejen pasar, pongan orden, hagan su trabajo”.

Levanté la mirada y lo vi, estaba colgado de una de las rejas que delimitan la entrada a la estación, llevaba una playera blanca, pantalón de mezclilla y tenis blancos, además usaba una máscara color verde del luchador Rey Mysterio; lo miré de reojo y por un momento pensé que era broma, que solo era un loco que quería llamar la atención, pero no, el hombre seguía gritando, intentando organizar la entrada.

La gente comenzó a perder la paciencia, cada vez que gritaba le decían que se callara, le silbaban para que se bajara de la reja, otros le mentaban la madre, pero el joven no se inmutaba, al parecer le gustaba ser el centro de atención. Por fin entré a la estación y lo perdí de vista.

Pasaron los días y pensé que nunca volvería a ver a ese hombre, pero un sábado por la mañana lo vi, otra vez llevaba la máscara del luchador, ahora era blanca con negro, esta vez noté que en su mano izquierda traía una estopa, la tomaba y se la llevaba a la nariz una y otra vez.

Al aproximarme a él el olor a thiner fue muy fuerte, cuando nos cruzamos se quitó la máscara y pude ver que era un hombre de aproximadamente 35 años, con bigote y barba, su aspecto era bastante descuidado, la ropa medio sucia y olía mal, como si durmiera en la calle o no se bañara tan seguido.

Se volvió a poner la máscara y pasó cerca de unos policías, éstos en son de broma le preguntaron cuándo era su próxima lucha, sin pensarlo el hombre respondió “el domingo lucharé en la Arena México”, los oficiales lo veían caminar y se reían entre sí.

El sujeto se subió al vagón en que iba yo, se sentó y se quedó dormido, la gente lo veía como bicho raro, algunos se preguntaban por qué llevaba la máscara, los niños no dejaban de verlo y él nunca se enteró, seguía en su sueño profundo.

Ayer lo volví a ver, esta vez en un crucero cerca de la estación Pantitlán, llevaba una sudadera negra, un pants gris y su ya conocida máscara de Rey Mysterio ahora en color morado; esta vez estaba vendiendo dulces, cada que el semáforo se ponía en rojo se acercaba a los autos y les ofrecía algo.

Noté que mucha gente le tocaba el claxon y lo saludaba, él como toda una estrella les devolvía el saludo con la mano o una mueca, iba de un lado a otro de la avenida ofreciendo su mercancía y cuando pasé cerca de él le dijo a un señor que necesitaba dinero para comprarse drogas.

“Cada vez estás más pinche ido Güey Mysterio”, le dijo uno de sus conocidos que al pasar por ahí lo reconoció, pero en vez de enojarse, el joven le respondió “¿Qué quieres?, tengo que hacer mi lucha, si no vendo no compro mis drogas, si no me drogo, no soy feliz, además mi Rey Mysterio me acompaña siempre”, tomó su caja de dulces y siguió su camino, se perdió entre la fila de autos, perdido en su mundo.

El Rey Mysterio de Pantitlán va de un lado a otro, intentando ser algo y alguien que no es, se esconde bajo la máscara para ser reconocido, no importa que solo lo vean como el loco que se cree luchador.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.




lunes, 27 de junio de 2016

¿ABUSADOS O ABUSIVOS?

Una señora estaba sentada en la combi en espera de que avanzara, eran como las dos de la tarde y a pesar de ser invierno se sentía algo de calor, me senté frente a ella, me acomodé y comencé a observar a mis compañeros de viaje; la mujer tenía alrededor de 60 años, el cabello corto, usaba lentes, la ropa holgada y llevaba un bastón en la mano, su rostro reflejaba las huellas del paso de los años. 

Un joven iba sentado a su lado, seguramente venía de la escuela pues cargaba una regla T y varios planos, de pronto abrió la ventana y pidió una bolsa de palomitas, en cuanto corrió el vidrio para que el vendedor lo atendiera, la señora volteo a verlo con cara de pocos amigos y con un tono altanero le pidió que la cerrara; él la miró y le dijo que le diera un momento, pero la mujer insistió argumentando que hacía mucho frío. “¿Frío? pues si estamos como a 20 grados”, fue la respuesta del estudiante; la señora volvió a pedir que la cerrara le dijo que la respetara porque ella era mayor, el muchacho para no pelear, tomó sus palomitas y cerró la ventanilla, aunque no por completo. 

La señora creyó que había ganado la batalla pero en eso subió una chica y se sentó a su lado, en cuanto se acomodó, la mujer le dijo que no se sentara encima de ella, que se recorriera, la chica la miró y le dijo que no estaba encima de ella, que ni siquiera la había tocado, pero la mujer que comenzaba a caernos mal a todos alzó la voz y dijo “hazte para allá, me estas lastimando, que no ves que traigo bastón”.

El chico de las palomitas se recorrió un poco para que se acomodaran, la joven solo volteaba a ver de reojo a la señora y respiraba intentando no entrar en una discusión con la rijosa pasajera. Entonces la combi avanzó, el aire que entraba por la ventana hacía que el cabello de la muchacha golpeara directamente en la cara de la señora, que a cada golpeteo volteaba y hacía un gesto de coraje, se quitaba el cabello y refunfuñaba. 

Esa misma tarde en el RTP sucedió algo parecido, mientras la gente se formaba para subir a la unidad de transporte, una mujer de la tercera edad se metió entre las personas y en el momento que el camión abrió la puerta se subió; la chica que estaba al frente de la fila tuvo que esperar, pues la abuela corrió para alcanzar un lugar, aventó sus cosas al asiento con el fin de apartar su espacio, se sentó no sin antes mirar a la joven a los ojos y con una sonrisa burlona hizo la seña de que le había ganado el asiento, a pesar de que el camión estaba vacío y podía elegir cualquier otro lugar.

Cuando llegué al metro había mucha gente esperando para abordar, al parecer había una falla, el andén estaba llenísimo, no cabía ni un alfiler. Por fin un tren llegó, la gente se metió como a empujones, pero unos segundos después por las bocinas informaron que ese carro no daría servicio, que desalojaran de inmediato, lo que generó otro tumulto para poder salir.

Cuando el tren quedó vacío, dos señoras de edad avanzada se abrieron paso como pudieron y se metieron, entonces una le dijo a la otra “que gente tan tonta, ven que el vagón está vacío y no se suben, bola de burros, además no dejan pasar”, se sentaron plácidamente, se acomodaron esperando a que el metro avanzara, pero este no se movió ni un centímetro, seguían platicando y cada que veían a la gente de afuera se reían.

El personal de vigilancia se dio cuenta de la situación y las invitó a bajar, les explicó que ese tren no daría servicio y por eso nadie lo había abordado; ambas se miraron e intentaron convencer al policía, le dijeron que por su edad no podían estar paradas y mucho menos podían viajar de pie; por más que hablaron e hicieron berrinche no lograron convencer a nadie, así que con toda la pena del mundo se bajaron, quisieron quedarse hasta adelante pero la gente las empujó hacia el fondo del andén; entre murmullos se escuchaban frases de desaprobación.

En la Ciudad de México el gobierno del DF les da muchos beneficios a las personas de edad avanzada, desde tarjetas de descuentos y vales, hasta entrada libre al servicio de transporte público, Metro y RTP; sin embargo hay algunas de esas personas que abusan de su condición y no respetan al resto de la gente. Es común ver a un viejito que no pide, exige le den el lugar; o a una señora que se mete en la fila; o alguien más que intenta tomar ventaja y pasar primero en un lugar público; incluso hay quienes llegan tarde a sus citas en el Médico y exigen a los doctores se les atienda.

Sin duda, la gente de la tercera edad merece todo nuestro respeto, cariño, apoyo y amor, pero para poder recibir todo eso, deben darlo ellos también, no importa que solo seamos compañeros de viaje, o que vayamos al mismo cine o centro de salud; ya lo decía Benito Juárez “El respeto al derecho ajeno, es la paz”.

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martes, 21 de junio de 2016

EL CRACK DEL BARRIO

En una parada del trolebús cerca de la colonia Condesa había dos jóvenes que discutían entre sí, ambos usaban uniformes deportivos, traían la camiseta blanca del Real Madrid, uno con el número 7 de Cristiano Ronaldo y el otro con el 9 de Benzema, tendrían alrededor de 15 o 16 años, su discusión se centraba en el partido del domingo pasado en el que habían perdido. 

El 7 le reclamaba al 9, “no mames güey pinche portero pendejo se comió cuatro goles, siempre es su culpa, siempre perdemos por él”; el otro solo lo observaba sin decir nada, “a ver por qué en lugar de ponerlo a él, el entrenador no pone a otro que no esté tan chairo”. Ambos abordaron el transporte y yo detrás de ellos, al parecer llevábamos el mismo rumbo, se sentaron juntos y por casualidad del destino me tocó sentarme muy cerca; la lluvia amenazaba con caer a cántaros, el clima de la capital se descompuso de un momento a otro, pasó del calor extremo al aire frío que pronosticaba la caída de una tormenta. 

Mientras el trole avanzaba, el Cristiano Ronaldo mexicano seguía defendiendo su argumento de que la mala racha de su equipo se la debían a su portero, pues según contó, los últimos partidos los habían perdido porque el guardameta no hacía bien su labor; en ese momento recordé una frase que dice “el portero puede ser héroe o villano, pero siempre va a tener la culpa de todo”, se gane o se pierda siempre será el culpable, que si se equivocó, que si no salió, que se le fue el balón, en fin, un sinnúmero de situaciones que ponen al portero en el ojo del huracán.

“No mames, yo no puedo hacer todo, está bien que juegue bien chingón, pero no mames”, sin duda este comentario volvió a hacer que prestara más atención a los jóvenes que discutían mientras la lluvia caía y el viento movía los árboles de un lado para otro. El joven que atento escuchaba a su compañero habló fuerte y claro “No mames, ni que fueras el pinche Cristiano Ronaldo, a ver cabrón ¿cuántos goles metiste el domingo?, sorprendido por la pregunta, el crack de barrio se quedó callado y después de unos momentos contestó, “no, pues ninguno”, de inmediato el 9 le dijo “ahí está, ¿cómo chingados vamos a ganar si no metes ni un pinche gol?”

Debo reconocer que me dio un poco de risa el tono en que el chico que portaba el número de Benzema bajó de su nube a su compañero con una sola frase; “a ver dime, ¿cuántas fallaste el domingo?”, sin saber qué responder el otro chico solo escuchaba y miraba por la ventana, y siguió, “¿cómo quieres que ganemos si te la pasas fallando los goles?, te sientes la estrella del equipo y ni una metiste, siempre las fallas cuando más hace falta”.

El 7 se defendió, “pero… pero el portero siempre la caga”; el 9 salió al ataque, “por eso, si él la caga para eso estamos nosotros para meter goles y así mínimo empatar, no toda la culpa es de él, ni del árbitro, para eso somos un equipo y si uno falla, fallamos todos, si ganamos o perdemos todos tenemos la culpa, además, ni tú eres Ronaldo, ni jugamos en el Madrid y ni nos pagan por jugar, solo es un juego y se gana o se pierde”.

El trolebús siguió con el trayecto, el crack ya no volvió a decir ni una sola palabra referente al tema, ignoró a su compañero, se puso sus audífonos y ahora miraba fijamente por la ventana, el otro se acomodó su mochila e intentó dormir un poco mientras llegaban a su destino. 

En los deportivos, los llanos, los parques y las canchas que están sobre las avenidas de la Ciudad de México, se puede ver de todo, te puedes encontrar con figuras del futbol que festejan los triunfos y sufren las derrotas, con esos que orgullosos pasean sus copas por el tianguis, o aquellos que enojados por fallar un gol, se quitan la camiseta y la esconden en el morral. 

Pero al ver esos juegos de llano, recuerdas que todo es un juego y como tal, todos se divierten, hacen amigos, comparten el agua, se prestan las calcetas, los tenis o las espinilleras, porque solo es un partido de futbol y qué más da si perdiste o ganaste, el siguiente fin de semana habrá otro juego que disputar.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.





lunes, 6 de junio de 2016

EL ÚLTIMO VIAJE

Pocas veces el transporte público de la Ciudad de México cumple con el servicio al cien por ciento, es común escuchar quejas y quejas sobre lo malo que es, en especial el metro, que es el más usado por cientos de capitalinos a diario.

Hay días como el de hoy en que el retraso no tuvo nada que ver con alguna falla, congestión o algo por el estilo, hoy paso algo diferente. Eran aproximadamente las siete de la mañana, la gente como es costumbre se arremolinaba frente a las puertas del tren en la estación Pantitlán correspondiente a la línea uno en dirección a Observatorio; todo parecía indicar que el trayecto iba a ser como cualquier otro, de pronto dos personas comenzaron a lidiarse a golpes dentro de uno de los carros.

Sin importar que el vagón estuviera llenísimo, los dos hombres se daban golpes a diestra y siniestra, algunos solo al aire sin que impactaran en el adversario, la gente comenzó a gritar, en especial las señoras que habían quedado atrapadas en medio de la trifulca.

Alguien jaló la palanca de seguridad para alertar al personal del metro, quienes “rápidamente” dejaron de tomar su café y corrieron para ver lo que sucedía, todo terminó cuando los policías bajaron a los rijosos y se los llevaron, seguramente ante el juez cívico por alterar el orden. 

Mientras todo esto pasaba el reloj seguía su curso, ya había mucha más gente, pues por la pelea el servicio se retrasó; no alcance lugar así que tuve que viajar de pie, intenté aplicar la técnica chilanga de dormir parado, pero cada que cerraba los ojos el metro frenaba de manera intempestiva, mientras tanto, los afortunados que lograron sentarse dormían plácidamente.

Comencé a sospechar que algo pasaba afuera, pues al detenerse en cada estación el tren tardaba más tiempo en cerrar las puertas, además de que se oía en el radiocomunicador del operador algunas palabras entrecortadas y en clave, en las que hacían referencia a un accidente, intentaba escuchar, pero por más que lo intentaba no lograba entenderlo.

Así pasaron los minutos de estación en estación en algunas se tardaba más que en otras; ya era muy tarde y la mayoría de la gente marcaba a sus trabajos para avisar del retraso en la línea; yo también lo hice, mandé un mensaje y decidí esperar pacientemente a que el servicio se reanudará, en la estación Pino Suárez logré sentarme después de casi 45 minutos de pie, me acomodé en el asiento y alcancé a escuchar el radio del operador, la voz del otro lado, confirmaba la presencia de personal en las vías y exhortaba a los conductores a manejar con precaución. 

Más de uno culpó del retraso en el servicio a los operadores, hasta mentadas de madre se escucharon, llegué a mi trabajo tarde, investigué lo que había sucedido y me enteré por los medios de comunicación, que una persona de aproximadamente 40 años se arrojó a las vías para quitarse la vida, en la fotografía se podía apreciar cómo quedó el cuerpo después de que el metro le pasara por encima. 

En ese momento pensé en todo lo que pasa mientras uno va encerrado en un vagón, los desmayos, las peleas, los empujones, hay quienes hacen tarea, desayunan, se duermen, pero también hay quien toma esa decisión de morir justo ahí, en el transporte más utilizado en la Ciudad de México, la decisión de hacer el último viaje. 

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.

El autor es reportero, cronista, escritor, especialista en lucha libre y aficionado al futbol. elbone089@gmail.com

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sábado, 4 de junio de 2016

LA CONFESIÓN DEL ASESINO

Eran casi las cinco de la tarde, había poca gente en la calle —era día de asueto por la celebración del 20 de noviembre—, muchos no fueron a trabajar y mucho menos a clases. Era el último día del famoso buen fin, quienes se habían aventurado a salir, lo hicieron para aprovechar las ofertas y descuentos de último momento.

Yo tenía un fuerte dolor de cabeza, tal vez producto del calor que se había sentido a lo largo del día. Subí a la combi y pacientemente esperé a que se llenara para que comenzara el viaje. Frente a mí se sentó un hombre que traía puesto el uniforme de una refresquera, tenía alrededor de 55 o 60 años, cargaba una mochila, su cabello era abundante y apenas si se le veían las canas; lo acompañaba una mujer más joven que él que con desesperación se comía unas palomitas de maíz.

Ambos intercambiaban palabras, se volteaban a ver y balbuceaban cosas, hasta que algo llamó la atención del sujeto y dijo “¿ya viste?, ese señor ha de estar muerto, no se mueve y no se ve que respire, además lo cubrieron con una sábana”, sin apartar la vista de la ventana seguía hablando “a lo mejor le dio un paro cardiaco”.

Yo no podía ver la escena, me quedaba de espaldas, poco a poco las palabras de hombre hicieron que girara mi torso para intentar ver a lo que se refería. Efectivamente, cuando miré por la ventana vi a alguien tirado boca abajo como si estuviera dormido sobre el pavimento, la zona estaba acordonada, unos botes y unas tiras con la leyenda de peligro impedían ver más de cerca. Lo raro era que no había ni policías, ni curiosos, incluso algunos pasaban como si nada, todo se me hizo sospechoso, voltee varias veces para alcanzar a descubrir qué pasaba.

“Lo han de haber matado, se me hace que van a empezar a matar gente otra vez, pobre señor, seguro era albañil, mira sus botas”, dijo en voz alta mi compañero de combi, lo hacía como para que todos lo escucháramos. Siguió hablando, “recuerdo cuando mataban y descuartizaban gente en esta zona, tiro por viaje había muertos, parece que van a comenzar de nuevo con los asesinatos”.

Después de un minuto se escuchó decir “voy a tener que actuar”, cada que podía alzaba la voz, quería darse a notar, “la otra vez tuve que limpiar la zona, junto con el capitán Vargas y el teniente Aurelio, tendré que volver a juntar a mi escuadrón, pues estos asesinos no merecen la cárcel, merecen la muerte”.

El señor hablaba y hablaba, no paraba de decir cosas, por momentos me miraba fijamente como si me estuviera contando sus planes a mí directamente, yo lo miraba de reojo e intentaba no caer en su juego, pero su tono de voz y su mirada eran amenazantes.

Y seguía “no me gusta que maten gente inocente, por eso es que tengo que actuar, si el capitán Vargas no quiere venir a ayudarme, tendré que ir hasta Tijuana por el Güero, que venga para que juntos limpiemos la zona, no se puede quedar así”.

Se quedaba callado y de la nada salían las palabras de su boca, casi gritando, “así como maté a tantos en el ejército, lo volveré a hacer, tendrán que pagar sus crímenes, no será la primera vez que mato y que me toca limpiar un lugar, así que no me será difícil”.

La combi avanzaba y los pasajeros sin querer teníamos que escuchar al señor, algunos lo miraban sorprendidos, otros se reían de él sin que se diera cuenta, durante todo el viaje siguió contando la manera en cómo había matado tanto a asesinos, como a violadores y a los que él llamaba traidores; yo escuchaba su relato intentando descubrir si todo era una gran mentira o si sus palabras eran ciertas.

En el transporte público de esta ciudad capital hay miles de historias, pero nunca imaginé que un día escucharía la confesión de alguien que asegura haber matado a mucha gente, pues el convencimiento del señor lo hacía parecer real; ese regreso a casa fue algo raro, casi antes de que concluyera mi viaje el hombre volvió a alzar la voz y dijo frente a todos los pasajeros que se declaraba culpable de asesinato.

Tal vez nunca sabré qué pasó con la persona que estaba tirada en la base de las combis, o si los relatos del señor eran reales, lo cierto es que cuando viajas en un transporte público puedes encontrarte con cualquier historia que hasta te hace olvidar el dolor de cabeza.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca.

¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico elbone089@gmail.com

El autor es reportero, cronista, escritor, especialista en lucha libre y aficionado al futbol.



viernes, 27 de mayo de 2016

CIUDADANOS INVISIBLES

Me gusta observar a mi alrededor todos los días mientras me dirijo al trabajo, con el fin de encontrar historias para después contarlas; esta mañana vi a un hombre de aproximadamente 40 años que lloraba amargamente en una de las esquinas de la estación Pantitlán del Sistema de Transporte Colectivo Metro, era invidente, pues traía consigo un bastón para ayudarse.

Entre su llanto pude escuchar que pedía le ayudaran con algo de dinero para llevarle de comer a su familia; su llanto era amargo y sus lágrimas caían y se perdían entre sus mejillas; algunas personas le extendían la mano y le ofrecían algunas monedas, pero a pesar de esto seguía llorando. 

Continué mi trayecto y ahora me llamó la atención una mujer que se subió en la estación Zaragoza, vestía una bata color rosa con estampados de flores blancas, su cabello era largo y cano, aunque no parecía ser tan vieja, entre sus manos traía unas toallas, al parecer mojadas, me daba la impresión de que se había escapado de algún lugar, pues se comportaba algo extraño.

Cuando se cerraron las puertas del vagón comenzó a cantar, bueno si a eso se le podía llamar canto, de su boca salían extractos de canciones que se perdían entre el ruido de la gente; una y otra vez alzaba la voz para que la escucharan, pero la mayoría de las personas ensimismadas en sus pensamientos ni siquiera notaban su presencia, no pedía dinero, ni ayuda, al parecer solo quería ser escuchada, se cansó de cantar, bajó del vagón y se perdió entre la multitud, tal vez iría a otra estación a seguir cantando. 

Seguí como todos los días mi recorrido al trabajo y, en uno de los pasillos de la estación Insurgentes, miré a un señor de aproximadamente 60 años que llevaba unas muletas, en una de sus piernas se veía una gasa ensangrentada, la cual apenas cubría una de sus heridas; se veía bastante mal, traía unas recetas del seguro, a todos los que se cruzaban en su camino les mostraba la pierna y les pedía ayuda para comprar sus medicamentos; la gente volteaba a otro lado para no mirarlo, unos más caminaban en otra dirección para no tener que encontrarse de frente con esta persona que una y otra vez era ignorada.

Ya en las afueras de la estación Insurgentes había otra señora no mayor a los 40 años, su ropa estaba un poco desgastada al igual que sus zapatos, no parecía ser una persona en situación de calle, a la mujer le hacía falta un brazo, por lo que se dedicaba a pedir dinero a los transeúntes para poder comer y llevar algo de dinero a su familia; la mayoría de las personas pasaban de largo, muy pocas se detenían y le cooperaban.

A unos metros de llegar a mi centro de trabajo, un niño se me acercó y me pidió que le regalara una moneda, venía vestido con una camisa verde floreada estilo vaquera, no traía zapatos, al parecer tenía unos cinco o seis años; le ofrecí una manzana que traía en la mochila, pero no la quiso me dijo que él quería una moneda; lo miré sorprendido y antes de poder decirle algo, se hizo a un lado y siguió su camino hasta que se encontró con otra persona, pero esta ni siquiera volteo a verlo. 

Todas de estas personas tenían algo en común, eran ignoradas por la mayoría de la gente, como si no existieran; muy pocos se detienen y les prestaban atención; a mi parecer a todos ellos podríamos llamarles “ciudadanos invisibles” porque están ahí, pero a nadie le importa lo que pase con sus vidas, nadie los ve, nadie les presta atención.

Y es que en la inmensa Ciudad Capital, en cada esquina, en cada parada de autobús, en cada estación del metro y en cada crucero puedes ver a muchos, muchos seres “invisibles”, imaginar ayudar a cada uno de ellos, sería como pagar una renta mensual de un departamento; además, cada día la gente corre para llegar al trabajo o el hogar y los problemas que cada persona carga, generan esa invisibilidad para quienes hacen de la calle su centro de labores.


lunes, 15 de febrero de 2016

CARAS VEMOS, MAÑAS NO SABEMOS

Caminaba por la avenida de los Insurgentes en dirección al metro Chilpancingo, eran aproximadamente las cinco de la tarde, el bullicio de los autos y el aire fresco me acompañaban; era una de esas tardes en las que la mayoría de las personas salen de sus trabajos y se dirigen a sus hogares. 

Frente a mí, caminaban alrededor de seis o siete personas, todas en la misma dirección, de pronto un hombre de aproximadamente 50 años, después de observar a su alrededor, se agachó y levantó rápidamente un fajo de billetes que estaba en el suelo. 

Inmediatamente después le preguntó a un joven que caminaba junto a él si el fajo de dinero era suyo, le enseñó apresuradamente los billetes y los guardó entre sus ropas. El joven sorprendido al ver el envoltorio, se quitó los audífonos y entabló una conversación con el hombre.

El joven no daba crédito a lo que pasaba y se notaba un tanto nervioso, el hombre mayor, que parecía más tranquilo, le dijo que tal vez eran de una señora que iba más adelante y que deberían alcanzarla y devolverle el dinero; el joven se apresuró para dar con la mujer, pero a pesar de que corrió nunca dio con ella.

El tipo que traía el dinero consigo incluso le dijo al joven que le silbara a ver si lo escuchaba y se detenía, pero no fue así, nadie se detuvo, en un intento desesperado, ambos corrieron intentando alcanzar a esta persona, pero en el momento que cruzaban la avenida el hombre se tropezó y cayó de frente impactando contra la banqueta, ahí se quedó inmóvil sin levantarse a pesar de que el joven le ofreció su ayuda. 

Lo que realmente pasó

Observe al tipo mirar a su alrededor y sacar de su bolsillo el envoltorio con el dinero, vi claramente cuando lo dejó caer en medio de las personas e inmediatamente levantarlo. También vi cuando sacó los billetes y se los mostró al joven, lo hizo rápidamente y lo guardó entre sus ropas; en ese momento me di cuenta que el dinero era falso, pues los billetes se veían más pequeños, y las imágenes impresas estaban deformes. Además, cuando el joven corrió detrás de la supuesta dueña, el hombre esbozó una sonrisa al saber que su treta le funcionaba.

Como si estuviera presenciando un espectáculo desde la primera fila, también vi el momento justo cuando el tipo se dejó caer como Robben en el mundial y cuando el joven intentó levantarlo sin éxito.

¿Cómo funciona?

El fajo de billetes es falso y está bien amarrado con ligas para hacerle creer a la gente que es mucho dinero; los supuestos billetes, no son más que papel periódico con las mismas medidas que los originales. El astuto ladrón elige a su víctima, es gente bien entrenada que sabe que al ser una persona mayor nadie sospechará de sus intenciones, así que pone en marcha su plan: deja caer el dinero y lo levanta; se lo muestra a su víctima intentando ganarse su confianza; éste al verse sorprendido con tanto dinero no sabe cómo actuar; la supuesta dueña nunca existe también es un invento del ladrón.

El hombre ejemplar y honrado que quiere regresar el dinero finge su caída para que nunca puedan alcanzar al propietario del paquete de billetes; mientras se recupera y pasa el susto el hombre le pide a su víctima que lo acompañe a un lugar más calmado para repartirse el dinero. Ambos obtendrán una jugosa ganancia, al menos eso le hace creer a la víctima, quien lo acompaña a calles más solitarias donde no hay vigilancia.

El ladrón consuma el robo, no reparte nada del dinero y despoja de sus pertenencias a su víctima para después huir. Otra de las variantes es fingir que no quiere quedarse con todo el dinero y convence a su víctima de entregarle sus pertenencias; la persona presa de su ambición por el dinero sin pensarlo se las entregará. 

Dicen que siempre hay que estar al pendiente de todo y en una ciudad tan grande como lo es la CDMX nunca hay que confiarse de nadie; pues puede uno terminar siendo sorprendido por los amantes de lo ajeno. Así que ya lo saben pónganse buzos para no caer en una farsa similar a la que hoy les cuento.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.


martes, 9 de febrero de 2016

RODANDO POR LA CIUDAD TODA UNA AVENTURA

Usar la bicicleta en la Ciudad de México parece ser una buena opción para hacer ejercicio, relajar los músculos, escapar de la rutina, distraerse, sentir como el aire golpea en el rostro, pero lejos de ser una actividad placentera puede convertirse en una opción peligrosa. 

Erick es un ciclista urbano que tiene ya mucho tiempo utilizando la bicicleta como un medio de transporte; tiene 30 años de edad y se desempeña como diseñador gráfico; una y otra vez utiliza la bici para ir a todos lados, incluso recorre grandes distancias entre un punto y otro; a pesar de que ya cuenta con muchos kilómetros recorridos, todos los días tiene que ser muy cuidadoso al transitar por la ciudad.

Este joven, como muchos otros, es usuario de la red ECOBICI, el sistema de bicicletas públicas compartidas de la Ciudad de México, todos los días camina desde su domicilio ubicado en la colonia Santa María la Ribera, hasta la ciclo­estación que se encuentra en San Cosme, la que le queda más cerca, a partir de ahí se traslada hacia su centro de trabajo en la colonia Condesa, lo que le lleva aproximadamente 20 minutos.

“A pesar de que toda mi vida he andado en bicicleta, siempre debo tener cuidado, pues en más de una ocasión he tenido accidentes. Una vez, un automovilista abrió la puerta justo en el momento que yo circulaba por esa calle, salí volando y me torcí un brazo y todavía el señor me reclamó por haberlo asustado”.

A lo largo de su camino, Erick transita tanto por avenidas principales como secundarias, dentro de las cuales debe hacer gala de sus habilidades al volante, para esquivar baches, perros que por lo regular intentan morderlo o perseguirlo, automovilistas que no respetan la ciclovía y que la invaden para ir más rápido, hacer la parada o simplemente estacionarse, incluso tiene que sortear a personas que por no caminar sobre la banqueta, utilizan el arroyo vehicular e impiden su libre tránsito.

 “Te tienes que cuidar de todo y no debes distraerte; pues con cualquier pestañeo puedes provocar o sufrir un accidente. He visto muchos y créeme que no es nada grato ver a ciclistas atropellados, golpeados o tirados en las calles, además de que a nosotros casi nadie nos auxilia, la gente te ve y se sigue de largo”.

En una ciudad tan grande como lo es la CDMX en donde los automóviles particulares o incluso los de transporte público dominan las avenidas, es muy difícil el andar de los ciclistas, pues no existe una cultura vial ni respeto por los peatones.

 Desafortunadamente muchos de los que utilizan la bici para moverse, también infringen muchas normas de seguridad, con lo que ponen en riesgo su propia vida.

“Como en todas las grandes ciudades, la mayoría de las personas siempre tienen prisa y es común que los automovilistas y los peatones te la refresquen, te griten groserías, te pongan obstáculos, te avienten agua, pues todos siempre piensan que tienen la razón”.

No todo es malo al utilizar la bicicleta, pues en muchos lugares de la ciudad, te permite llegar más rápido y más temprano a tu destino, otros más lo ven como parte del ejercicio diario; también con el uso de este medio ahorras dinero, no contaminas, evitas los congestionamientos viales en las grandes avenidas, entre otros, la cuestión es aprender a convivir con todo lo que te rodea dentro de la CDMX.

“A pesar de todo lo malo que les conté, les recomiendo que se compren una bici y salgan a recorrer las calles de nuestra capital o de cualquier estado. Sin duda es un paseo inolvidable, conoces lugares llenos de historia, gente de todas las clases, se hacen amigos, en general yo creo que la bicicleta ejercita tu cuerpo y tu mente”.


Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico. El autor es reportero, cronista, escritor, especialista en lucha libre y aficionado al futbol. elbone089@gmail.com



FOTO: metascopios.com

lunes, 25 de enero de 2016

EL QUE NO TRANSA...

Marcelo se levantó más temprano de lo habitual y es que tenía que llevar su auto a verificar, casi no desayunó, salió muy rápido con la finalidad de ser uno de los primeros en llegar al Verificentro.

Acudió a uno de los tantos centros que se encuentran a lo largo de la Ciudad de México y al llegar, se llevó una enorme sorpresa, pues la fila ya era numerosa, miró el reloj y al ver que no era tan tarde pensó que saldría a buena hora para almorzar.

De pronto, una persona se le acercó y le ofreció pasarlo a un sitio más adelante, por la módica cantidad de 50 pesos. “Si quiere güero lo pongo entre los primeros 10, nomás es cosa de que usted quiera y ya está”. Marcelo pensó que no era mala idea, pero no quería ser como todos los demás que no respetan, así que decidió ahorrarse su dinero y esperar su turno.

Por lo menos seis o siete hombres si ‘cooperaron’ y fueron acomodados casi en la entrada del Verificentro, algunas personas intentaron protestar con los encargados, alegaban que había quienes se estaban saltando los lugares, se quejaban, gritaban, pero fueron ignorados.

Pasaron algunas horas y la gente llegaba y llegaba, la hilera de vehículos era cada vez más larga, muchos prefirieron aportar sus 50 pesos para salir más rápido, eso sí todos con papel en mano y una sonrisa en la cara. 

Marcelo comenzaba a impacientarse al ver la enorme fila detrás suyo, para él no era justo haber madrugado y no poder salir de ese engorroso asunto. Dos horas más tarde, su estómago se quejaba del poco alimento que había consumido por la mañana, una señora pasó por ahí ofreciendo tortas de a 10 pesos, así que su hambre fue calmada con una de jamón y queso; además, ya solo faltaban tres autos para que llegara su turno.

Algo pasaba en el interior del Verificentro, muchos vehículos eran rechazados al no cumplir con las características necesarias para obtener un holograma. “¿Cómo está jefe, trae todos sus documentos?”, fueron las palabras de un hombre de playera blanca con logotipos del lugar, que se le acercó a Marcelo haciendo plática.

“Yo creo que ya no alcanzó a entrar joven, además su carro no va a pasar, le están dando prioridad a los modelos nuevos y el suyo no es muy reciente que digamos, si corre con suerte le darán el holograma 2. Mire, yo le puedo conseguir un turno más próximo o si se mocha ‘bien’ hasta le puedo traer el holograma 1, además no tiene que meter el carro ¡eh!, ¿qué le parece?, usted nomás diga y ya vemos cómo nos arreglamos”.

Marcelo miró la larga fila, observó el movimiento dentro del lugar, vio la cara de frustración de los que eran rechazados. La oferta era tentadora, pero no se animó, así que resignado de haber perdido el día, encendió su vehículo y se marchó. En la contra esquina del Verificentro, un grupo de automovilistas platicaban y hacían intercambios de papeles, para no quedarse con la duda, bajó de su carro y fue a ver de qué se trataba.

El hombre que minutos antes le había ofrecido grandes beneficios, entregaba hologramas al por mayor. El proceso era sencillo, solo tenía que pasar a la caja, pagar el ‘brinco’ (mordida), dar 50 pesos para que una persona ‘autorizada’ le pegue la calcomanía en el parabrisas y listo, todo había terminado. 

Después de un momento de duda, Marcelo decidió realizar el trámite con ese sujeto, ya no le importo haberse levantado temprano, medio desayunar, pasar frío, corajes y mucho menos desembolsar una cantidad mayor de dinero, lo importante era obtener el papel con el número 1, pensó que valdría la pena, ya que por lo menos durante el próximo semestre iba a circular dos sábados al mes. Total, una raya más al tigre no le hace daño. 

Así que sin más, hizo lo que el hombre le dijo, realizó su pago, entregó la mochada, y en tan solo unos minutos, su auto ya portaba el tan anhelado Holograma 1; se despidió del hombre con un apretón de manos y una sonrisa y se fue.

En una ciudad tan grande como es la capital del país, todos los días se viven historias como la de Marcelo, en la que se cumple al pie de la letra del dicho: “el que no transa, no avanza”.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.






martes, 12 de enero de 2016

VIAJAR EN EL METRO TODA UNA AVENTURA

En una ciudad tan grande como lo es la CDMX, el Sistema de Transporte Colectivo Metro traslada diariamente un promedio de 5.4 millones de personas, haciéndolo el medio de transporte más usado del D.F., con todo y los problemas que lo aquejan.

Los capitalinos, turistas o todo el que pasa por la gran ciudad, en algún momento de nuestras vidas hemos tenido la necesidad de usar el Metro, el cual por tan solo 5 pesos te ofrece la posibilidad de viajar “cómodo y seguro” por las doce líneas que abarcan su extensión.

El viaje comienza con una batalla: la de alcanzar un lugar; hay tanta gente y sobre todo en horas pico, que es casi imposible ir sentado, si bien te va alcanzas a entrar sin que te pisen, empujen o aplasten; los usuarios han desarrollado varias técnicas para sobrevivir dentro del gusano naranja, por ejemplo poner los codos en posición escuadra para abrirse paso y no ser aplastado, recargarse cómodamente en el tubo que se encuentra casi en la entrada, situarse en medio del vagón y ahí seguir todo el camino, pues la mayoría de la gente se aglomera cerca de la puerta, dormir de pie, etcétera. 

Por cada una de las estaciones desfilan un sinfín de personas que entran y salen de los vagones a toda prisa, hombres y mujeres de todas las edades utilizan este medio para desplazarse bajo la superficie de la capital ya sea para dirigirse al trabajo o la escuela. 

En este medio de transporte no pueden faltar los tradicionales “vagoneros” que un día, sin más ni más, aparecieron y se multiplicaron por todas las líneas, quienes te ofrecen diversos artículos, ya sean juegos de mesa, libros, herramientas, dulces, comida, artículos de higiene personal, medicamentos, entre otros, los cuales son vendidos en su mayoría por la módica cantidad de 5 o 10 pesos. 

No pueden faltar aquellos que venden el disco de moda que contiene más de 200 éxitos y en ocasiones toda la discografía completa de algún artista en particular a tan solo 10 pesos; estos personajes cargan en sus espaldas bocinas tan grandes que a ritmo de salsa, cumbia, mariachi o reggaeton hacen vibrar la limosina naranja.

En el metro capitalino todos los días se viven historias distintas propias de una gran urbe, peleas, robos, acoso sexual, muestras de fe y hasta las más tristes como son los suicidios. 

El metro tiene un olor característico que se mezcla dentro de las instalaciones y que se origina de distintas circunstancias como los puestos de comida instalados al interior o a la falta de higiene personal de algunos cristianos. 

La mayoría de los usuarios utilizan los asientos del metro como una extensión de su cama, pues más de uno casi siempre se queda dormido durante el trayecto que los llevará a su destino; también las mujeres improvisan un salón de belleza para aprovechar el tiempo y así durante su viaje terminen de alistarse para llegar perfectamente arregladas al trabajo.

Otro de los aspectos que se deben de considerar al utilizar el metro es salir con anticipación para evitar llegar tarde a tu destino, pues este sistema de transporte es impredecible, por lo regular siempre se ve afectado por factores internos y externos que seguramente te generarán un retraso.

Viajar en metro no es fácil, la cosa es adaptarse y no morir en el intento. 

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca.


Foto: MásporMás

domingo, 3 de enero de 2016

HASTA QUE EL CUERPO AGUANTE

El día que decidí entrar a trabajar en esto fue más por necesidad que por gusto, nunca me había gustado ganar dinero con el sudor de mi frente, estaba acostumbrado a estirar la mano y que mis padres me dieran todo. Así es como Mich comienza a narrar su historia, sentado en una banca mientras se prepara para entrar a la pista de uno de tantos centros nocturnos donde se ofrecen shows solo para mujeres. 

El sexo femenino siempre me ha gustado y con más de una he tenido mis quereres, pero nunca pensé que tendría que vivir de ellas para salir adelante. Fue cuando nació mi hija, que los problemas económicos llegaron a casa y para colmo, en el trabajo que tenía en ese momento, las cosas no andaban bien, el dinero empezó a escasear, así que debía buscar algo más qué hacer, por mí y por mi pequeña. 

Dicen que cuando el hambre entra por la puerta, el amor se va por la ventana y así fue como comenzó todo. Siempre me gustó hacer ejercicio y tenía el divino tesoro de la juventud, así que un día decidí buscar suerte en el mundo de los servicios del placer ocasional. Uno de mis compañeros del gimnasio me invitó a bailar en un show, según me dijo se ganaba bien, pues además de la paga por evento, había oportunidad de ganar más dinero por realizar bailes privados con las clientas.

Llegué al lugar, le eché muchas ganas, puse todo mi esfuerzo y aun así, no me fue bien, ya que el encargado solo le pagó a los que tenían más experiencia y a mí solo me dio 50 pesos. Recuerdo que ese día salí frustrado, enojado, cansado y sin muchos ánimos, pues las cosas no habían resultado como yo esperaba. 

Mientras cuenta su primera experiencia, una chica que ofrece bebidas y bocadillos entra al camerino, el bullicio del exterior se cuela por debajo de la puerta, muchas son las féminas que han abarrotado el lugar y esperan ansiosas la espectacular entrada de Mich.

Los primeros meses fueron difíciles, pues a pesar de que me invitaban a muchos eventos el sueldo no mejoraba, así que tomé una decisión: mejorar en todo, por lo que invertí más tiempo en el gimnasio, comencé a comer mejor y me realicé un cambio de imagen; también empecé a trabajar con stripers de más experiencia y con más tiempo en el negocio. 

Mich hace una pausa y a lo lejos se anuncia el nombre del chico que abrirá la pista, el grito de las mujeres se hace presente, pues todas quieren ver a esos hombres “perfectos” desfilar por la pasarela. 

El tiempo pasó y mi trabajo me fue recomendando, de un momento a otro tenía eventos de lunes a viernes, en lugares dentro y fuera del Distrito Federal; además me metí en el negocio de ser acompañante de señoras, así el dinero llegó, las carencias económicas se fueron a menos, ahora prefería la ropa cara, me compré mi primer auto, me di algunos lujos sin caer en los excesos, porque se dice que si quieres llegar lejos en este oficio, uno de los requisitos es tener buena salud. Mientras tanto, una compañera de Mich le unta aceite en el cuerpo para que cuando salga a brindar su show se vea brillante y definido.

Con el tiempo mejores oportunidades llegaron, comencé a viajar acompañando mujeres a otros estados del país, algunas pagaron con autos mis servicios, otras, grandes cantidades de dinero o cenas en lugares exclusivos; incluso una me regaló un departamento. Esto es de tener contactos, así que empecé a relacionarme con personas del medio artístico, participé en algunas series y telenovelas. Afuera del camerino, los gritos son cada vez más fuertes, el show está en su máximo esplendor, los stripers hacen gala de sus mejores movimientos, ya se han despojado de la ropa y se dedican a satisfacer el ojo de las presentes.

Desafortunadamente en una profesión como la mía hay que cuidarse, el cuerpo y la juventud no duran para siempre, debes pensar en el futuro, además de que en un ambiente como este no estás exento de los vicios, las drogas y el alcohol en la vida nocturna son el pan de cada día y también existe el fantasma de las infecciones de transmisión sexual, esas están a la orden del día. 

En nuestro trabajo no hay espacio para el amor ni para las relaciones serias o a largo plazo, pues uno está siempre en constante movimiento, no puedes detenerte a pensar en ello. No puedes ser fiel, pero si puedes ser leal. Dicen por ahí que primero lo que deja y después lo que apendeja. Espero seguir en este ambiente por muchos años, pues se ha convertido en mi estilo de vida, bailar para las mujeres es lo que más me gusta y lo seguiré haciendo hasta que el cuerpo aguante. 

Entonces llega el turno de Mich para cerrar espectacularmente la noche, unos segundos antes de aparecer en la pasarela toma aire, bebe agua, estrecha las manos de sus compañeros, se pone sus característicos lentes oscuros, se acomoda el moño que trae en el cuello y abandona el camerino con una amplia sonrisa.


Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca.