viernes, 27 de mayo de 2016

CIUDADANOS INVISIBLES

Me gusta observar a mi alrededor todos los días mientras me dirijo al trabajo, con el fin de encontrar historias para después contarlas; esta mañana vi a un hombre de aproximadamente 40 años que lloraba amargamente en una de las esquinas de la estación Pantitlán del Sistema de Transporte Colectivo Metro, era invidente, pues traía consigo un bastón para ayudarse.

Entre su llanto pude escuchar que pedía le ayudaran con algo de dinero para llevarle de comer a su familia; su llanto era amargo y sus lágrimas caían y se perdían entre sus mejillas; algunas personas le extendían la mano y le ofrecían algunas monedas, pero a pesar de esto seguía llorando. 

Continué mi trayecto y ahora me llamó la atención una mujer que se subió en la estación Zaragoza, vestía una bata color rosa con estampados de flores blancas, su cabello era largo y cano, aunque no parecía ser tan vieja, entre sus manos traía unas toallas, al parecer mojadas, me daba la impresión de que se había escapado de algún lugar, pues se comportaba algo extraño.

Cuando se cerraron las puertas del vagón comenzó a cantar, bueno si a eso se le podía llamar canto, de su boca salían extractos de canciones que se perdían entre el ruido de la gente; una y otra vez alzaba la voz para que la escucharan, pero la mayoría de las personas ensimismadas en sus pensamientos ni siquiera notaban su presencia, no pedía dinero, ni ayuda, al parecer solo quería ser escuchada, se cansó de cantar, bajó del vagón y se perdió entre la multitud, tal vez iría a otra estación a seguir cantando. 

Seguí como todos los días mi recorrido al trabajo y, en uno de los pasillos de la estación Insurgentes, miré a un señor de aproximadamente 60 años que llevaba unas muletas, en una de sus piernas se veía una gasa ensangrentada, la cual apenas cubría una de sus heridas; se veía bastante mal, traía unas recetas del seguro, a todos los que se cruzaban en su camino les mostraba la pierna y les pedía ayuda para comprar sus medicamentos; la gente volteaba a otro lado para no mirarlo, unos más caminaban en otra dirección para no tener que encontrarse de frente con esta persona que una y otra vez era ignorada.

Ya en las afueras de la estación Insurgentes había otra señora no mayor a los 40 años, su ropa estaba un poco desgastada al igual que sus zapatos, no parecía ser una persona en situación de calle, a la mujer le hacía falta un brazo, por lo que se dedicaba a pedir dinero a los transeúntes para poder comer y llevar algo de dinero a su familia; la mayoría de las personas pasaban de largo, muy pocas se detenían y le cooperaban.

A unos metros de llegar a mi centro de trabajo, un niño se me acercó y me pidió que le regalara una moneda, venía vestido con una camisa verde floreada estilo vaquera, no traía zapatos, al parecer tenía unos cinco o seis años; le ofrecí una manzana que traía en la mochila, pero no la quiso me dijo que él quería una moneda; lo miré sorprendido y antes de poder decirle algo, se hizo a un lado y siguió su camino hasta que se encontró con otra persona, pero esta ni siquiera volteo a verlo. 

Todas de estas personas tenían algo en común, eran ignoradas por la mayoría de la gente, como si no existieran; muy pocos se detienen y les prestaban atención; a mi parecer a todos ellos podríamos llamarles “ciudadanos invisibles” porque están ahí, pero a nadie le importa lo que pase con sus vidas, nadie los ve, nadie les presta atención.

Y es que en la inmensa Ciudad Capital, en cada esquina, en cada parada de autobús, en cada estación del metro y en cada crucero puedes ver a muchos, muchos seres “invisibles”, imaginar ayudar a cada uno de ellos, sería como pagar una renta mensual de un departamento; además, cada día la gente corre para llegar al trabajo o el hogar y los problemas que cada persona carga, generan esa invisibilidad para quienes hacen de la calle su centro de labores.