domingo, 5 de noviembre de 2017

MI CASA NUEVA, MI PEOR PESADILLA

Conocí a un tipo en una fiesta, me lo presentó un amigo de mi esposa, mientras platicábamos y nos echábamos una cerveza me comentó que trabajaba en el gobierno, en el INVI para ser exactos, según él era la mano derecha del mero, mero y que se encargaba de ayudarle a las personas a conseguir créditos para comprar casas o departamentos, no le di mucha importancia de momento, la fiesta se terminó, me dio su tarjeta por si algún día se me ofrecía algo.

Guardé su tarjeta por unos días luego, platicando con mi esposa salió el tema sobre este señor, y la posibilidad de intentar conseguir un crédito para sacar una casa; debo reconocer que la necesidad de tener algo propio me motivó a llamarle intentando de una vez por todas dejar de pagar renta y utilizar ese dinero en algo para mí y mi familia y después de platicarlo con mi esposa llamé a este señor para preguntarle acerca de los créditos.

Me dijo que sin problema podría ver si encontraba algo para mí, que iba a checar que había y me devolvía la llamada. Pasaron dos días y se puso en contacto conmigo, me comentó que había muchas oportunidades para comprar una casa, que le diera chance y me avisaba cuando podríamos reunirnos para platicar; esa misma tarde me dijo que uno de sus contactos le contó de una gran posibilidad para que se me otorgara un crédito, pero como todo tenía un precio yo debía pagar una cuota para que éste se liberara, me pidió dos mil 800 para agilizar el trámite; como pude conseguí el dinero y se lo deposité a su cuenta personal, pues me dijo que era más rápido y más fácil rastrear ese dinero.

Pasaron los días y recibí otra llamada, con mucho entusiasmo me indicó que ya tenía una casa disponible y que sólo dependía de mí si la quería o no, me comentó que debía decidir rápido pues había mucha gente esperando una oportunidad y el que pagara primero se llevaría el crédito y por supuesto la propiedad. Le comenté a mi esposa lo que platiqué con el señor y por la tarde le regresé la llamada para asegurar el crédito y también para saber cómo seguir el trámite.

Muy amable contestó el teléfono, nos dijo que era muy buena noticia saber que sí nos íbamos a quedar con el crédito para la casa y que en ese mismo momento contactaba a su amigo para ordenarle que ya no ofreciera más la vivienda, nos emocionamos al escuchar sus palabras: bueno ahora lo que necesitamos es que depositen una parte del enganche de la casa; mi esposa y yo estábamos muy felices ante la posibilidad de por fin hacernos de un hogar, por eso escuchábamos atentos sus indicaciones.

Haciendo cuentas, se necesitaría un depósito de 16 mil pesos, esto es para los gastos administrativos, el papeleo y parte del enganche, dijo el hombre, también pidió que le llamáramos cuando tuviéramos el dinero. Casi una semana nos costó conseguirlo, como pudimos juntamos hasta el último centavo, le hablamos y nos pusimos de acuerdo para vernos, le hice firmar un papel que yo mismo redacté para hacer más formal el asunto. Por la tarde fui a depositar los 16 mil pesos y le llamé de nuevo para informarle del pago. Me agradeció la confianza y me comentó que se comunicaría de nuevo para darme la fecha de entrega, según dijo, el Jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera en un evento masivo en el Zócalo capitalino nos entregaría las llaves.

Pasaron los días y no recibíamos ninguna notificación, ni siquiera un mensaje, nos preocupamos un poco, así que comenzamos a llamarle para ver qué respuesta nos tenía, primero dijo que hacían falta unas firmas, luego que el expediente no estaba completo; en otra ocasión nos dijo que tenía mucho trabajo, que confiáramos en él. El tiempo siguió pasando, luego ya no nos quiso contestar el teléfono y cuando lo hacía seguía dándonos largas, incluso un día nos dijo que le dolía la muela y no podía atendernos.

Después de un tiempo ya no volvimos a saber de él, fuimos al Ministerio Público a levantar una denuncia, pero nos dijeron que no procedía porque no había pruebas. Hasta la fecha no sabemos nada de él, lo único que advertimos es que es un hijo de su madre, un tipo que se aprovecha de la necesidad ajena para ganar dinero fácil.

Neta que sí estás bien pendejo amigo, fue lo que le dije a Roberto después de contarme su historia, no se puede hacer tratos de ese tipo por teléfono y mucho menos mediante terceras personas. ¡Ya wey por eso te escribo a ti a ver si puedes publicar mi historia y de paso darle una quemada a ese cabrón! No sé a cuantos más ha estafado como a mí.

En la Ciudad de México, existen un gran número de inmobiliarias que prometen ayudarte para conseguir un crédito y obtener una vivienda digna, por eso es muy importante verificar a quién le estamos dando no solo nuestro dinero, sino también nuestros datos personales y documentos legales; pues existen muchas personas que abusan de la necesidad de la gente, pues como dicen por ahí no todo lo que brilla es oro.

domingo, 29 de octubre de 2017

LA BALA QUE PUDO MATARME

¡Esto es un asalto hijos de la chingada!, gritó


Ese día iba sentado en la parte trasera de un microbús, a mi lado se sentó un joven de unos 25 años más o menos, seguramente iba a la escuela pues traía una mochila y un libro en la mano; el micro avanzaba lento, no era muy tarde, casi las doce del día; de pronto varios hombres abordaron la unidad; nadie se imaginaba lo que iba a pasar en los minutos siguientes.

Uno de ellos, que vestía pantalón de mezclilla, tenis y playera negra, sacó una pistola y golpeó el techo de la unidad, el golpe hizo que todos volteáramos a ver lo que pasaba. ¡Esto es un asalto hijos de la chingada!, gritó e inmediatamente ordenó a sus acompañantes que hicieran “lo que ya sabían”, los otros dos sujetos también sacaron armas de entre sus ropas y comenzaron a despojarnos de nuestras pertenecías, mientras uno de ellos cuidaba que el chofer no llamara la atención, los demás iban de un lado a otro recolectando cosas.

La mayoría de los pasajeros, sin mostrar resistencia, iban entregando lo que traían, celulares, carteras, dinero, bolsas, mochilas, chamarras, etcétera; no faltó quien dejó caer su cartera al suelo y entregó sólo algunos pesos, el que se sentó sobre su celular o aquél que escondió su mochila debajo del asiento. 

Parecía que el asalto sería consumado y que sólo quedaría en eso, pero uno de los ladrones quiso amedrentarnos de más y levantando su pistola dijo en voz alta: no se les ocurra hacer una chingadera porque los mato, al momento de cortar cartucho la pistola se disparó y la bala fue a dar en la cabeza del joven que venía sentado a mi lado.

De un momento a otro el asalto se salió de control; ¿qué hiciste pendejo?, ya te lo chingaste, dijo uno de los rateros que de inmediato bajaron del microbús y se perdieron entre las calles; el chofer se orilló y algunos pasajeros descendieron para seguirles la pista, una señora pidió ayuda a alguien que iba pasando para que llamara a una ambulancia, los gritos se escuchaban por todos lados.

Yo estaba muy sacado de onda, no sabía qué hacer, solo escuchaba los gritos, tenía mucho miedo, toda mi ropa estaba llena de sangre, miré fijamente al joven que estaba a mi lado y me di cuenta que ya estaba sin vida; después de unos minutos llegaron algunas patrullas y por fin la ambulancia, los paramédicos no pudieron hacer más y solo corroboraron que el muchacho había muerto.

Después de ir al Ministerio Público a rendir mi declaración, llegué a mi casa, me metí a bañar, tiré la camisa y el pantalón a la basura y me senté a llorar amargamente; sabía que nunca iba a poder olvidar lo sucedido, a veces cierro los ojos y veo el instante preciso en que la bala se escapó de la pistola del asaltante e impactó en la cabeza de mi compañero de viaje y me pregunto qué hubiera pasado si la bala me hubiera dado a mí; creo que ese día al subir al microbús me iba a sentar en ese sitio, pero algo me lo impidió.

Joel, es un maestro de Estilos periodísticos y literarios de la FES Aragón, quien le teme a los relámpagos cuando está lloviendo, incluso algunas veces deja de dar clase y se va a su casa, pues no soporta ese ruido; él fue quien me contó esta anécdota que no sé si sea real, pues cuando yo era su alumno por lo regular siempre nos contaba historias de ese tipo.

En la Ciudad de México todos los días es común escuchar que en ciertos puntos los amantes de lo ajeno hacen de las suyas, ya sea en el transporte público o en las calles capitalinas; lamentablemente en ocasiones los asaltos se convierten en la nota del día pues algunos terminan en asesinatos, y quien no termina muerto, seguramente se queda con un trauma para toda la vida, pues ese tipo de impactos dejan marcada la mente de cualquier ser humano.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.

viernes, 2 de junio de 2017

LOS MARIACHIS CALLARON

Un día me fui con mi chava a echar pasión, nos pusimos de acuerdo y decidimos ir a un hotel de paso, pues ni en su casa ni en la mía, existían las condiciones idóneas para darnos gusto a nuestras anchas, así que decidimos buscar un nidito de amor aunque fuera rentado por unas horas; estábamos muy emocionados, nos lanzamos cerca de la colonia Doctores, me acuerdo que nos cobraron como 200 pesos, bien barato, comimos antes para no gastar más, solo llevábamos botana y muchos globos para la fiesta.

Apenas abrimos la habitación y comenzamos a desbordar pasión, que si unos besos por aquí, otros por allá; lentamente la ropa se fue haciendo menos; estábamos a punto de comenzar con el acto, cuando de pronto un ruido extraño llamó nuestra atención.

-Me río y sigo poniéndole atención al relato de Eduardo-

¿Escuchaste?, me dijo mi novia. Sí, ¿qué será?, le contesté sin dejar de hacer lo que estaba haciendo; de pronto otra vez escuché el mismo ruido, fue como un grito desesperado; igual pensé que en una de las habitaciones alguien también le estaba dando vuelo a la hilacha, pero ese grito era más de dolor que de satisfacción; me levanté y como dice la canción, "con el amigo parado", fui a la ventana a ver si alcanzaba a observar algo.

Por unos minutos no se escuchó nada, así que decidí volver a lo mío; en eso estábamos cuando los ruidos extraños aparecieron de nuevo, pero ahora con más intensidad y a lo lejos se escuchaban voces y llantos entrecortados, como si a alguien le estuvieran obligando a hacer algo que no quería.

¿No mames otra vez?, no dejan coger a gusto fue lo que pensé y aunque quería seguir con lo mío, no lograba concentrarme, pues los gritos eran cada vez más fuertes, así que de nuevo me paré en la ventana y la abrí para poder escuchar mejor; mi chica también se levantó y se puso junto a mí para poder observar lo que pasaba.

De pronto escuchamos una voz que provenía de la habitación de enfrente; era la voz de un hombre que lloraba amargamente y entre su llanto le pedía a otra persona que no lo hiciera. -Por favor no lo hagas, no seas así-, le dije a mi novia que marcará a la recepción y que les dijera a los encargados lo que pasaba, pues lo gritos eran cada vez más constantes y el llanto iba en aumento.

Ella marcó y cuando colgó, volvió a pararse junto a mí para seguir observando, los encargados del hotel tardaron en subir, en ese lapso los gritos y el llanto se dejaron de escuchar; tocaron la puerta pero nadie abrió así que se retiraron, pero inmediatamente después los gritos comenzaron de nuevo, pero ahora se escuchaban ruidos como si estuvieran peleando, otros huéspedes del hotel se asomaron por las ventanas y estaban tan atentos como nosotros de lo que pasaba.

-No compadre, por favor, no sea así… no compadre, no lo haga, por favor-

¿Neta, estaba pasando lo que estoy pensando?, le pregunté a Lalo; pues no sé, pero algo pasaba en aquella habitación, me contestó y siguió con su relato.

Le pedí a mi chava que mejor se vistiera por si en algún momento teníamos que salir corriendo de ahí, pues uno nunca sabe; hay gente bien loca en esta pinche ciudad, ella se vistió y yo también, recogimos nuestras cosas y esperamos. En la habitación de enfrente seguía pasando algo, los gritos y el llanto continuaban, los encargados del hotel subieron otra vez, tocaron la puerta lo más fuerte que pudieron y al no tener respuesta usaron sus llaves de repuesto para abrir la habitación.

Por un momento ya no se escuchó nada, pero unos minutos después, un hombre corpulento salió de la habitación, usaba un traje de mariachi y sus botas muy bien boleadas; estaba desfajado y se venía subiendo el cierre; no traía bien puesta la camisa y por la forma en la que hablaba y caminaba se notaba que estaba borrachísimo; tras de él salió otro hombre, más bajo de estatura y menos gordo, éste no traía camisa y usaba también el mismo traje; caminaba un poco raro, pero no creo que hubiera sido porque estaba borracho, algo más le pasaba, además se le notaba que él era el que estaba llorando.

¿No mames se lo estaba tirando?, debo reconocer que me dio mucha risa lo que Eduardo me estaba contando- Sí güey se estaban dando fuego, de mariachi a mariachi; le estaba clavando la trompeta al del guitarrón y seguramente como estaban hasta la madre, pues ya al calor de las copas el más grande le quiso demostrar "su afecto", ambos nos reímos.

Los encargados del hotel les pidieron que abandonaran el inmueble, el mariachi más corpulento se negaba, pero amablemente le indicaron que ya habían llamado una patrulla por alterar el orden, así que ambos “hombres” salieron semidesnudos de la habitación cargando sus instrumentos; tan machotes que se miraban, la verdad con todo el alboroto de afuera creo que se nos fueron las ganas de seguir con lo nuestro, así que poco después también nosotros nos retiramos.

Cuando salimos y caminamos rumbo al metro, vimos al par de músicos sentados en la banqueta, bien pedos, uno le sostenía la trompeta al otro; mi novia y yo nos miramos y nos cagamos de la risa, tal vez al más chico ya le había gustado sentir la trompeta de su compadre entre sus manos, seguimos nuestro camino dejando atrás a tan singulares personajes.

La pasión de unos acabó con la pasión de otros, es lo que me queda de esta historia que me contó Lalo, y como dicen por ahí, si sales a echarte unos tragos, hazlo con quien más confianza le tengas, porque así si al calor de las copas las cosas se salen de control, al menos todo quedará entre “amigos”. Nos vemos la próxima recuerden que siempre hay una historia que contar. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico elbone089@hotmail.com





martes, 9 de mayo de 2017

NUESTRA SEGUNDA CAMA

El calor que se siente dentro del gusano naranja cuando va repleto, las largas jornadas de trabajo, el cansancio acumulado de todos los días por levantarse muy temprano y acostarse tan tarde, el estrés, los malos hábitos alimenticios todo esto sumado con el suave meneo del tren al circular por las vías, son, sin duda, los causantes de que la mayoría de los capitalinos se queden dormidos durante su trayecto sea la hora que sea. 

Es impresionante la cantidad de gente que viaja en un vagón del metro, pero es más impresionante darse cuenta que la mayoría de los usuarios se quedan dormidos apenas logran sentarse. Se acomodan, abrazan sus pertenencias para evitar que se las roben, cierran los ojos y se entregan en los brazos de Morfeo, como si el metro fuera una extensión de su cama, unos hasta roncan y hay otros que se caen de bruces cuando el metro les hace la mala jugada y frena intempestivamente.

Debo reconocer que en mi caso más de una vez, si no es que casi a diario, me he quedado dormido, algunas veces me han despertado para informarme que ya estamos en la terminal, lo que a veces me da un poco de pena; aunque creo que he desarrollado una especie de sexto sentido el cual me avisa que estoy cerca de llegar a la terminal o a mi estación de destino y por lo regular me despierto una o dos estaciones antes, digamos que es como un superpoder chilango.

Hace unos días mientras viajaba hacia mi casa, una señora se subió en la estación Merced con rumbo a Observatorio, tenía unos 35 años y llevaba cargando a un bebé, como aún había asientos, se sentó junto a una chica con uniforme de secundaría; la jovencita llevaba un libro y leía atentamente mientras la mujer alimentaba a su hijo, todo transcurría con normalidad hasta que noté que la señora se había quedado dormida, de momento nada parecía fuera de lugar, pero de repente la chica del libro levantó un poco la voz hacia su compañera de asiento.

“Señora por favor, se me está encimando”, la mujer solo la miró y con un gesto de burla se acomodó. Mientras el metro seguía su camino, la madre cayó en un profundo sueño y cada vez más se le encimaba a la muchacha que como podía trataba de esquivar la cabeza de la señora que en varias ocasiones estuvo a punto de golpearla; el bebé, también iba dormido, y la experimentada mujer lo sujetaba con fuerza, pero poco a poco iba quedando a merced de los movimientos bruscos del metro. 

Una vez más la chica trato de acomodarse, pero su compañera de asiento estaba invadiendo su espacio, pues seguía perdida en su sueño; cansada de que ya ni siquiera podía leer a gusto, se hizo a un lado, lo que ocasionó que la mujer casi se cayera del asiento con todo y bebé; ésta acción despertó la ira de la mujer que aún adormilada recriminó a la joven “chamaca grosera, ¿por qué te quitas?” – o sea todavía de que la viene cargando se pone al pedo, fue lo que pensé y seguramente lo que pensaron otras tres o cuatro personas que atentas mirábamos la escena-.

“Pues se me está encimando, ya le dije que no lo haga y sigue, por favor se lo pido de nuevo, acomódese, además también voy cargando a su hijo”, la señora no sabía qué hacer, en primera porque ella tenía la culpa y en segunda porque aún no terminaba de despertar, se volvió a acomodar y se volteó hacia la ventana, seguramente para evitar las miradas de los demás que negaban con la cabeza y se reían de lo que acababa de suceder. 

Dos estaciones más adelante se volvió a quedar dormida y de nueva cuenta se recargó en la chica que volteó a mirarla, suspiró y tragó saliva, intentando relajarse, miró su libro, luego hacia arriba, imagino que para saber cuántas estaciones le faltaban para llegar a su destino; cerró su libro, lo guardó en su bolsa, se tomó la cara, se acomodó una vez más en el asiento; se puso sus audífonos, buscó su canción favorita y comenzó a tararearla; parecía que la chica ya estaba resignada a lidiar con esa pobre mujer que moría de sueño. 

Finalmente llegamos a la estación Juanacatlán, la señora seguía dormida ante el bullicio capitalino; cuando el tren ingresó a la estación, la chica se levantó rápidamente, lo que hizo que la señora cayera de costado sobre el asiento vacío; fue tan rápido que casi suelta al bebé, pero en un movimiento muy preciso y con unos reflejos dignos del mejor portero del mundo, lo sostuvo fuertemente, “pinche chamaca cabrona”, gritó; la joven la miró desde la puerta, esbozó una sonrisa y bajó del metro satisfecha. 

Nadie se esperaba que la chica reaccionara de esta forma tan peculiar, muchos hasta se rieron de cómo logró despertar a la señora, lo peor es que ésta todavía se enojó; cuando #Ladysueño se recobró del susto, se acomodó de nuevo, le ofreció el asiento a otra dama que venía parada, quien rápidamente se negó a sentarse junto a ella, prefirió ir de pie antes de convertirse en otra almohada humana. 

Llegamos hasta Observatorio, el viaje había terminado; abordé la combi, tras de mí también subió la señora con su hijo, se acomodó al frente en medio de dos personas, el chofer tomó su rumbo, no pasó mucho tiempo y la mujer se volvió a quedar dormida, seguramente alguien más le serviría de almohada para seguir soñando. 

Envió un cordial saludo a todas las madres de México, espero tengan un feliz día de las madres. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico elbone089@gmail.com


domingo, 23 de abril de 2017

UN AMIGO EN FACEBOOK... MI PEOR PESADILLA

Un día, cuando regresaba a casa, sentí que alguien me tocó por la espalda: “Soy Fernando”, el de Facebook.

En la actualidad, las redes sociales son parte fundamental de nuestra vida, a diario pasamos horas y horas en ellas, ya sea en el trabajo, en la escuela, en la casa, por diversión o simplemente por ocio; sin embargo en ocasiones olvidamos que pueden ser un peligro si no sabemos usarlas con prudencia.

Gina, es una chica del Estado de México, soltera, tiene dos hijos y como miles de personas, cuenta con redes sociales, se relaciona fácilmente y es común que te acepte en Facebook si le envías una solicitud de amistad.

Un día recibió la invitación de un usuario llamado Fernando, Gina lo aceptó sin dar mayor importancia; más tarde encontró un mensaje en el cual él le agradecía el add y le preguntaba si no lo recordaba. Gina le siguió el juego, hablaron por unos días, su nuevo amigo le aseguraba que habían ido en la misma primaria, que tal vez ella no lo recordaba, pero él sí. 

Los días pasaron y Fernando se volvió cada vez más exigente, le mandaba mensajes preguntando su ubicación, con quién estaba y en ocasiones la invitaba a salir. Ella comenzó a notar que su supuesto amigo pasaba mucho tiempo conectado, pues a todas horas le enviaba mensajes.

Los días pasaron y la actitud de Fernando en ocasiones era normal, pero estaba al pendiente de todo lo que Gina hacía: en todas sus fotografías comentaba, le daba me gusta, agregaba a la mayoría de sus amigos e incluso entablaba conversaciones con ellos; algunos, incluso, le preguntaban quién era ese tal Fernando que no dejaba de escribirles y hacer preguntas sobre la vida de ella. Gina sólo lo tomaba como un simple contacto de Facebook que podía borrar o bloquear si se salía de control.

“Sabes, me encantas, quisiera conocerte en persona, me dejas invitarte a comer”, este era uno de las tantos mensajes que recibió de su supuesto amigo. Ella no aceptaba, pero su contacto de Facebook no cedía, así que siguió insistiendo.

Un día, Gina se cansó de este tipo de comentarios y decidió bloquearlo —además de denunciarlo por spam—; sin embargo, su sorpresa fue mayúscula cuando recibió otro inbox de Fernando, quien había creado otra cuenta de para seguirle la pista.

¿Por qué me bloqueaste?, ¿ya no me quieres?, ¿ya no quieres ser mi amiga? Escribía Fernando, y por un mucho tiempo la molestó de esa manera, hasta que fue nuevamente bloqueado por Gina.

Pasaron algunos días sin saber nada de su amigo inoportuno; a tal grado que llegó a pensar que por fin se había librado de él, así que siguió con su vida normal, pero una tarde, cuando regresaba del trabajo, justo afuera de la estación del metro Boulevard Puerto Aéreo, una camioneta se paró frente a ella y descendió un hombre que le tocó el hombro y la llamó por su nombre.

—Me quedé pensando por un momento quién era ese sujeto, pues nunca lo había visto, era gordo y muy feo, además era muy alto— me cuenta Gina.


“Soy Fernando el de Facebook, no tengas miedo no te voy a hacer nada, yo te quiero bien, sé que eres madre soltera, yo puedo mantenerte a ti y a tus hijos“, fue lo que le dijo aquel hombre a la mujer que tenía de frente.

—No sabía qué hacer, estaba sorprendida, tenía miedo de que me quisiera subir a la camioneta, así que retrocedí intentando alejarme de él. Le pregunté que cómo me había encontrado, cómo sabía mi ruta diaria… No lo podía creer, esto ya se había salido de control ya no sólo era por redes sociales. Me dijo que me iba a regalar una camioneta y si yo quería me ponía una casa a mi nombre—, comenta Gina, quien al recordar la experiencia, se altera.

Ella estaba muy nerviosa, le respondió que no estaba interesada y le pedía de favor que la dejara de acosar, que no la buscara más, ella dio un paso intentando irse del lugar, pero el tipo se paró frente a ella y le bloqueó el paso.

“Estas muy joven para andar sufriendo, eres muy bonita yo te quiero bien, no tienes de qué preocuparte, si quieres puedes abrir una cuenta en Coppel y yo te deposito mensualmente, te quiero a ti y a tus hijos conmigo, ¿qué talla eres?, he visto ropa muy bonita si quieres vamos a comprarte algo, seguro eres talla 5 o 7, anda vamos”

Gina me enseñó en su celular el perfil de Fernando. Había publicaciones de este tipo con fotografías de ella, en una pude leer, “eres hermosa, me encantaría estar contigo”, o sea que aparte de acosarla se robaba sus fotos, “¿no lo denunciaste?”, le pregunté a quien con tristeza respondió:

“Hice una denuncia con la policía cibernética, pero solo me recomendaron que lo bloqueara; el día que me buscó en el Metro le advertí que no me interesaba y que dejara de seguirme o buscarme, porque lo denunciaría ante las autoridades, aproveché un momento que se distrajo y corrí. En el camino iba muy nerviosa pues este tipo sabía todo de mí. Decidí cambiar mi número de celular, cerré mi perfil de Facebook, cambié mi e-mail, le pedí a mis contactos que no hablaran más con ese tipo, que de ser necesario lo bloquearan, cambié mi ruta al trabajo, publiqué una foto con un amigo que fingió ser mi novio, además de que pensaba irme a vivir a Monterrey. Me di cuenta de que ese hombre usaba dos cuentas más para espiarme, así que las bloquee y abrí un perfil privado.

“Un día recibí un mail en el cual me decía que ya había visto que tenía pareja y que me deseaba mucha felicidad. No he vuelto a saber de él y espero que así sea por siempre, se veía una persona de dinero, según él tenía un lote de autos por la Viga y que además era ingeniero, pero en fin que bueno que todo esto acabó y no pasó a mayores”.

Mientras Gina me contaba su historia, le envié una solicitud desde una cuenta distinta a la mía. Como si la experiencia anterior no le hubiera sido suficiente, la aceptó sin preguntar, más tarde le dije que era yo y que no se preocupara por nada, pero que por favor tuviera más cuidado a la hora de interactuar en las redes sociales pues uno nunca sabe quién está del otro lado de la computadora.

Les recomiendo poner atención al momento de aceptar nuevos “amigos”. Tengan en cuenta la frase del comercial: “Ojo, mucho ojo, y cuéntaselo a quien más confianza le tengas”, y si es posible cuéntamelo a mí.


domingo, 5 de marzo de 2017

SI VAMOS A CABER EN EL INFIERNO... EN UNA COMBI TAMBIÉN

Es difícil que en una ciudad tan grande como la nuestra los habitantes convivamos de la mejor manera posible, todo el día estás luchado por algo. Desde temprano la primer pelea es contra la cama, aunque lo intentes no deja que te levantes, pues la comodidad que hay en tu recinto de descanso es tan fuerte que no quisieras salir de ella; cuando por fin logras levantarte empieza otra batalla: el tiempo, pues por lo general se te hace tarde para llegar a tu trabajo, escuela o cualquier otro destino, así que siempre estás intentando ganarle la batalla al tiempo, todos los minutos son vitales. 

Otro de los lugares donde siempre estás peleando es en el transporte público, ya sea en el micro, la combi, o en el gusano naranja, siempre estás esperando por una guerra sin cuartel, ya sea con el chofer que no te da tu cambio, con el señor que no te deja pasar, la señora que cree que toda la micro es suya y se sienta a sus anchas, o por un lugar sentado en el Metro, sin olvidar el Metrobús que más que un transporte público eficiente parece una lata de sardinas con ruedas; en fin, una gran cantidad de batallas se libran día a día en las calles chilangas, a veces se gana y a veces se pierde. 

Me mostraron un video que se volvió viral hace ya un tiempo, en el que una señora discute con un señor acaloradamente por un asiento en una combi del Estado de México, debo reconocer que la gresca se torna bastante chistosa pues las ocurrencias del hombre para defenderse de los ataques de la mujer, van desde las mentadas de madre, amenazas, burlas con referencia a enfermedades comunes etcétera; échenle un ojo y sepan de lo que hablo, “viejito de la combi”. 


En fin en una de las tantas veces que regreso del trabajo y debo subir al colectivo, me pasó una situación parecida; eran como las 3 de la tarde de un jueves, corrí para alcanzar un lugar en la combi, le pregunté al chofer si aún cabía, me contestó que quedaban dos lugares, eché una mirada al interior y poco convencido decidí entregarle mi importe correspondiente, cuatro pesos, y me dispuse a viajar rumbo a mi casa.

Me senté entre una señora y una chica que venía de la escuela, lo noté por su uniforme, hacía un calor de la fregada, tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para entrar de un solo sentón en el lugar que quedaba entre ambas mujeres, respiré, calculé y me dejé caer de un solo golpe, ya solo faltaba acomodarme bien para que cuando la combi arrancara no terminara en el piso por no ir bien sentado.

Todo iba bien o al menos eso creí, hasta que de mi lado derecho una voz entre enojada y resignada me dijo “oiga joven, casi se sienta encima de mí”, aunque ya esperaba el reclamo no pensé que fuera tan rápido, por lo general siempre pasa cuando el micro ya va en marcha, amablemente miré a la señora y le ofrecí una disculpa, pero en lugar de aceptarla me siguió reclamando, “hágase para allá que no ve que me está aplastando”, de nuevo respiré profundamente y vi que la atención de los demás pasajeros se centraba en mí y en cada uno de mis movimientos, como si fuera a tirar el penal decisivo de un partido de futbol, bueno la verdad es que no todos, algunos iban inmersos en su propios pensamientos. 

De nuevo ofrecí disculpas y me moví un poco, pero la señora quería pelear a como diera lugar, intentó meter su codo para hacerme a un lado pero no podía pues íbamos muy juntos todos los vecinos de asiento. 

“Señora por favor, el lugar es para cuatro, y en todo caso reclámele al chofer él fue el que me dijo que sí cabía, yo ya pagué mi pasaje”, le dije a la mujer que no dejaba de echarme sus ojos furiosos, me seguía diciendo que la aplastaba, que no la dejaba respirar, que me quitara, yo por mi parte miré a mis vecinos de combi quienes amablemente se recorrieron para que yo me sentara bien y la señora dejara de reclamar. Agradecí la cortesía de mis compañeros de viaje y para que la mujer le bajara a su calentura, le pregunté si ahí ya estaba a gusto o me bajaba y me iba caminando hasta mi casa; por dentro recordaba el video del viejito que en una de esas dice “Yo si quepo porque mi culo está chiquito”, así que me iba riendo y burlando de tan chusca situación.

La dama de la combi me miró una vez más con ojos de desprecio, pero ya no me dijo nada, lo bueno fue que más adelante bajaron dos personas y puede cambiarme de lugar para ir más cómodo, después de varias cuadras me bajé de la combi, me despedí de mis compañeros de viaje y continué mi camino a casa, la señora ni adiós me dijo, yo creo que por dentro me iba maldiciendo por sentarme “arriba” de ella.

En la ciudad de México es común que pasen este tipo de cosas pues es una jungla de asfalto donde el más fuerte y hábil sobrevive, la verdad creo que más bien nos adaptamos a nuestro entorno; claro, no falta el que más que aprender a lidiar con esto se vuelve un gandalla, pero esa será otra historia. 

Me despido desde la gran #CDMX con una frase célebre que debemos poner en práctica y dice así, repítala todos los días igual y sirve de algo; “YO Sí MEREZCO ABUNDANCIA”, cortesía de la esposa del prófugo de la justicia Javier Duarte.

¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico elbone089@gmail.com


martes, 31 de enero de 2017

EL SUEÑO DE ESTEBAN

Esteban tenía 40 años cuando intentó cruzar de nuevo a los Estados Unidos con la firme idea de llegar y trabajar de inmediato para poder liquidar sus deudas, y así ayudar a su familia a salir de la pobreza. Ocho mil pesos aproximadamente fue lo que invirtió en el viaje a la frontera, uno de sus familiares que vive allá, fue quien pagó al coyote para que lo llevara con bien hasta la puerta de su casa.

Una mañana muy temprano Esteban se levantó y tomó el desayuno junto a su esposa y su hijo, llamó por teléfono a sus familiares para indicarles que estaba próximo a partir; en el rostro de su esposa se reflejaba la tristeza por no saber cuándo lo volvería a ver, tal vez serían dos años y medio como la última vez o quizás más tiempo. 

Salió de su casa a medio día rumbo al aeropuerto, su esposa, su hijo y dos familiares más lo acompañaban, el taxi circuló por el circuito interior y después de casi 20 minutos llegó a la terminal uno del AICM, en ese entonces aún no se inauguraba la terminal número dos; las pantallas anunciaban los vuelos hacia Sonora, ahí el coyote lo contactaría para cruzarlo.

Esteban miró por última vez a su familia, los abrazó y besó, tomó su mochila y caminó hacia la puerta que lo conduciría al avión. Al día siguiente de su partida, llamó desde Sonora a su mujer y le comentó que hasta el momento todo estaba en orden, el coyote ya lo había contactado y estaba en espera de poder emprender el viaje para ingresar a la Unión Americana, que era cuestión de tiempo.

Pasaron dos días más y de nueva cuenta marcó a su esposa para decirle que aún no lograban brincar pues había muchos operativos y que si se arriesgaban los podían regresar y entonces el viaje no había servido para nada. 

Un día más y todo parecía igual, pero no fue así, Esteban llamó muy noche a su esposa para informarle que una pandilla dedicada al secuestro de migrantes los había interceptado en el camino y se había llevado a varios, que él y algunos otros habían logrado escapar, que no tenía más dinero y tendría que esperar otros días a ver si podía cruzar. 

La espera de noticias era mucha, pasó otra tarde y nada sabían de él; por fin, otra vez de noche, Esteban llamó a sus familiares para informarles que si todo salía bien esa misma madrugada cruzarían y con suerte llegarían al tan anhelado país de las barras y las estrellas.

Pasaron esos dos interminables días, nada se sabía de él, incluso sus familiares que radican en Estados Unidos marcaron a México para saber alguna noticia, pero fue en vano nadie sabía nada de Esteban. 

El domingo por la mañana la tan ansiada llamada llegó, era Esteban, su esposa con voz acongojada atendió el teléfono, pero él les tenía muy malas noticias, lamentablemente no había logrado cruzar, fue detenido en el desierto junto a varios migrantes más, así que sin duda, en cualquier momento sería deportado por las autoridades gringas. 

Sentado en la mesa junto a su esposa y su hijo, Esteban comienza a contarme la historia de su viaje frustrado, dos envases de caguama, una jarra de agua y un cigarrillo encendido también nos hacen compañía.

Cuando llegué a Sonora inmediatamente el coyote se puso en contacto conmigo, me dijo que teníamos que esperar a que llegaran otras dos personas para que juntos cruzáramos al otro lado; la verdad yo estaba muy animado, pues esta vez estaba seguro que me iría mejor que antes, prácticamente veía mi futuro asegurado y mis sueños cumplir.

El coyote se portó muy bien con nosotros, nos dio de comer y cenar, no había nada de qué preocuparnos; junto conmigo había varias personas de distintos estados, Oaxaca, Yucatán, Hidalgo y yo del Distrito Federal; conocí a un joven que compartía mi ilusión, él iba en busca del llamado sueño americano, quería hacer muchos dólares para ayudar a sus padres que se quedaron en casa, se llamaba Oswaldo. 

La primera cerveza se terminó y Esteban destapó otra para seguir contando su historia; su esposa se levantó de la mesa y preparó algo de comer; mientras él encendió otro cigarro y continuó con la narración.

Al otro día hubo mucho movimiento, el coyote nos decía que era cuestión de horas para emprender el viaje, que estuviéramos preparados, que no debíamos separarnos del grupo y lleváramos mucha agua, pues si nos quedábamos rezagados ahí nos dejaba pues no iba a arriesgar a 30 por uno o dos; yo ya tenía algunos garrafones de agua listos, me los iba a amarrar al cinturón para que no me pesaran tanto, como ya había cruzado antes, más o menos sabía cómo estaba la cosa, llevaba unos zapatos cómodos para la caminata y una sudadera para el frío. Ese día tampoco pudimos cruzar, pero se nos ordenó estar preparados para salir en cualquier momento.

Al día siguiente, cerca de las seis de la tarde pasaron por nosotros, nos dividieron en dos grupos y nos subieron a unas camionetas; entramos a un camino como de terracería una camioneta tras otra, en silencio tratando de no llamar la atención. Metros más adelante dos vehículos intentaron cerrarnos el paso, pero logramos pasar, lamentablemente no éramos todos, la camioneta que iba detrás de la nuestra sí fue interceptada; nuestro chofer hizo todo lo posible para escapar de ahí; como pudo salió del lugar y se comunicó con otras personas para informar lo sucedido.

Más tarde nos enteramos que una banda del crimen organizado que se dedicaba al robo y secuestro de indocumentados, se había llevado al resto de nuestros compañeros de viaje; nos dijeron que fue una suerte no haber caído en sus garras, pero lamentablemente había quien seguramente la estaba pasando muy mal, y en esos casos solo hay una de dos, o pagan su rescate o los desaparecen. 

Por la noche nos llevaron a otro lugar y nos dejaron descansar; Oswaldo y yo compartimos un cigarrillo después de lo que había pasado; la mayoría de nosotros dormimos, aunque no muy bien, pues teníamos miedo.

Un día después por fin emprendimos el camino por el desierto, parecía que el sueño se iba a cumplir, caminamos por varias horas durante la madrugada, todo iba muy bien, nos ocultábamos como podíamos de los rondines de las autoridades. Oswaldo me seguía siempre, casi no se separaba de mí, cada paso que avanzábamos nos sentíamos más cerca de nuestra meta.
Caminamos y caminamos un rato más y de pronto nos tropezamos con un cuerpo tendido boca abajo; era el cadáver de un migrante como nosotros, alguien que no había tenido buena fortuna y no pudo llegar a la Unión Americana. Esteban hace una pausa, le da un trago a su cerveza, una fumada a su cigarro, sus ojos se llenaron de lágrimas, su hijo y yo lo mirabamos atentos al relato, volvió a tomar aire y siguió con su relato. Fue muy triste ver a ese paisano ahí solo, no sé cómo habrá muerto, tal vez se le acabó el agua o tal vez lo mordió un animal, en el peor de los casos el frío lo mató.

Seguimos nuestro camino sin apartarnos del grupo, mientras avanzaba pensaba en mi familia; las horas pasaron hasta que de pronto nos dimos cuenta que el guía ya no estaba, nunca vimos en qué momento nos había dejado solos, caminamos un rato más sin rumbo. Oswaldo y todos los demás buscamos la forma de seguir adelante, pero era en vano, no sabíamos qué camino seguir, estábamos perdidos a mitad del desierto; pasaron algunas horas más, hasta que optamos por parar.

La mayoría de nosotros decidimos que no queríamos terminar como el migrante que habíamos visto metros atrás, así que la única opción era entregarnos; platicamos entre nosotros como salir de aquella situación, yo llevaba un encendedor, juntamos algunas ramas secas e hicimos fuego; pacientes esperamos a que alguien nos viera.

Y así fue más tarde un helicóptero de la patrulla fronteriza nos encontró, llegaron unas camionetas y nos llevaron a un centro de detención para migrantes, ahí estuvimos unas horas, nos dieron de comer y beber, nos tomaron fotografías, pidieron nuestros datos y nos dejaron hablar con un familiar. 

Al otro día nos repatriaron, nos mandaron en un avión a la Ciudad de México; junto a Oswaldo llegué de nuevo al mismo lugar desde donde partí; lo raro es que al bajar del avión de un momento a otro perdí de vista a mi compañero de viaje. 

Ni siquiera pude despedirme de él, fue algo muy raro, a veces me pregunto si Oswaldo en verdad existió o solo fue producto de mi imaginación, tal vez fue un ángel que me acompañó en mi camino. Incluso en aquella ocasión conté a mis familiares sobre Oswaldo, pero aseguran no haber visto a nadie a mi lado. Han pasado ya algunos años de esa experiencia y aún tengo la espinita clavada, quisiera volver a intentarlo, qué tal si es la buena, sin embargo veo a mi esposa y a mi hijo y lo pienso dos veces; por algo no llegué a los Estados Unidos. 

Terminamos de platicar, ya era un poco tarde, me despedí de Esteban y su familia y me marché a mi casa, mientras caminaba observé a varias personas que cansados volvían de sus trabajos, miré a un niño vendiendo chicles en la calle, jóvenes limpiando parabrisas; un hombre tocando un tambor y su esposa y sus tres hijos pedían una moneda a la gente que iba pasando; tal vez por eso, por la falta de oportunidades, muchos capitalinos igual que Esteban, deciden buscar el sueño americano, que en el mejor de los casos se convierte en una realidad, pero en muchos más de los que nos imaginamos, termina por llevarlos a la muerte.

Me despido de ustedes una vez más desde la CDMX, nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico elbone089@gmail.com