domingo, 29 de octubre de 2017

LA BALA QUE PUDO MATARME

¡Esto es un asalto hijos de la chingada!, gritó


Ese día iba sentado en la parte trasera de un microbús, a mi lado se sentó un joven de unos 25 años más o menos, seguramente iba a la escuela pues traía una mochila y un libro en la mano; el micro avanzaba lento, no era muy tarde, casi las doce del día; de pronto varios hombres abordaron la unidad; nadie se imaginaba lo que iba a pasar en los minutos siguientes.

Uno de ellos, que vestía pantalón de mezclilla, tenis y playera negra, sacó una pistola y golpeó el techo de la unidad, el golpe hizo que todos volteáramos a ver lo que pasaba. ¡Esto es un asalto hijos de la chingada!, gritó e inmediatamente ordenó a sus acompañantes que hicieran “lo que ya sabían”, los otros dos sujetos también sacaron armas de entre sus ropas y comenzaron a despojarnos de nuestras pertenecías, mientras uno de ellos cuidaba que el chofer no llamara la atención, los demás iban de un lado a otro recolectando cosas.

La mayoría de los pasajeros, sin mostrar resistencia, iban entregando lo que traían, celulares, carteras, dinero, bolsas, mochilas, chamarras, etcétera; no faltó quien dejó caer su cartera al suelo y entregó sólo algunos pesos, el que se sentó sobre su celular o aquél que escondió su mochila debajo del asiento. 

Parecía que el asalto sería consumado y que sólo quedaría en eso, pero uno de los ladrones quiso amedrentarnos de más y levantando su pistola dijo en voz alta: no se les ocurra hacer una chingadera porque los mato, al momento de cortar cartucho la pistola se disparó y la bala fue a dar en la cabeza del joven que venía sentado a mi lado.

De un momento a otro el asalto se salió de control; ¿qué hiciste pendejo?, ya te lo chingaste, dijo uno de los rateros que de inmediato bajaron del microbús y se perdieron entre las calles; el chofer se orilló y algunos pasajeros descendieron para seguirles la pista, una señora pidió ayuda a alguien que iba pasando para que llamara a una ambulancia, los gritos se escuchaban por todos lados.

Yo estaba muy sacado de onda, no sabía qué hacer, solo escuchaba los gritos, tenía mucho miedo, toda mi ropa estaba llena de sangre, miré fijamente al joven que estaba a mi lado y me di cuenta que ya estaba sin vida; después de unos minutos llegaron algunas patrullas y por fin la ambulancia, los paramédicos no pudieron hacer más y solo corroboraron que el muchacho había muerto.

Después de ir al Ministerio Público a rendir mi declaración, llegué a mi casa, me metí a bañar, tiré la camisa y el pantalón a la basura y me senté a llorar amargamente; sabía que nunca iba a poder olvidar lo sucedido, a veces cierro los ojos y veo el instante preciso en que la bala se escapó de la pistola del asaltante e impactó en la cabeza de mi compañero de viaje y me pregunto qué hubiera pasado si la bala me hubiera dado a mí; creo que ese día al subir al microbús me iba a sentar en ese sitio, pero algo me lo impidió.

Joel, es un maestro de Estilos periodísticos y literarios de la FES Aragón, quien le teme a los relámpagos cuando está lloviendo, incluso algunas veces deja de dar clase y se va a su casa, pues no soporta ese ruido; él fue quien me contó esta anécdota que no sé si sea real, pues cuando yo era su alumno por lo regular siempre nos contaba historias de ese tipo.

En la Ciudad de México todos los días es común escuchar que en ciertos puntos los amantes de lo ajeno hacen de las suyas, ya sea en el transporte público o en las calles capitalinas; lamentablemente en ocasiones los asaltos se convierten en la nota del día pues algunos terminan en asesinatos, y quien no termina muerto, seguramente se queda con un trauma para toda la vida, pues ese tipo de impactos dejan marcada la mente de cualquier ser humano.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.

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