viernes, 15 de febrero de 2019

LA DIVA DE LA RUTA 19

@ROBERTDELRI0

Ella tiene alrededor de 25 años, es morena, de estatura media, el cabello lo tiene teñido de rubio, se dedica a la venta de tortas y refrescos, los transporta en una caja de huevo y un bote; llega casi siempre a las 12 del día, comienza con su vendimia y se marcha cuando acaba todo lo que trae.

Su negocio se ubica en el paradero de la estación del metro Pantitlán, ahí le encarga la caja a alguien y se mueve de ruta en ruta, para intentar captar a un gran número de clientes y tratar de hacerse de un buen dinero.

Seguramente todo esto lo hace para llevar un ingreso a su casa, tal vez sea una víctima más del desempleo que tanto afecta a nuestro país, tal vez tuvo que dedicarse a eso por la falta de oportunidades o simplemente un día alguien le dijo que las tortas le quedaban muy bien y decidió salir a venderlas.

Algunos choferes le piden por encargo, algunos otros la tratan con poco respeto, pues le hacen comentarios ofensivos, por ejemplo he escuchado: “¿por qué no me vendes mejor tus tortas?” o “¿de a cómo esas tortas amiga?”, en ocasiones ella solo contesta con una sonrisa y se va.

Cuando comenzó con el negocio se vestía de forma normal, usaba pantalones de mezclilla o pants y tenis, playeras casuales y casi nunca estaba maquillada, pero después de un tiempo comenzó a cambiar. De repente la vi diferente, traía el cabello suelto, recién pintado de un tono más claro y brillante, la ropa ahora es más ajustada y con los colores de moda, las blusas son un poco escotadas; de un tiempo acá usa faldas y medias, a veces anda con zapatillas; su maquillaje es más pronunciado, en general cuida mucho más su apariencia.

También su trato ha cambiado, ahora les habla de tú a tú a los choferes, a donde quiera que va sonríe, se contonea, vacila con la gente, ha aprendido el lenguaje de los choferes y siempre que alguien le pide una torta no tarda en ir corriendo y hacer la entrega, se sube a los camiones, las micros o las combis, platica unos segundos con los conductores o cobradores, pero eso sí, siempre cobra por adelantado porque ella no fía, pues por lo que he escuchado no le gusta estar correteando a la gente para que le paguen, pues muy fuerte lo grita: “no soy abonera”.

En el paradero, todos la conocen como La diva de la ruta 19, pues justo donde esos micros hacen su base, ella está ahí casi todo el día; es tanto su éxito, que en tan solo unos meses que lleva en el lugar, ya tiene enamorado a más de uno, desde operadores hasta usuarios, algunos dicen que es por el sabor de sus tortas, otros opinan que es por su cambio radical.

Además, desde hace unos días se hace acompañar por algunas amigas, que igual que ella, llevan ropa ajustada, zapatillas y bolsa de mano, le hacen la plática a cualquiera que se para a preguntar por las tortas o los refrescos, sonríen todo el tiempo, gritan de base a base mientras le hacen compañía a La diva.

Yo creo que su cambio le ha servido pues el negocio ya creció, ahora también vende cigarros sueltos y chicles, además ella ya es famosa, y a quién no le gusta que le reconozcan, y mientras los compradores comen y se echan un taco de ojo.

En los paraderos de la Ciudad de México, cada vez es más común ver a mujeres que cobran o que están como encargadas de la base, hay algunas otras que manejan los taxis o las combis, no todas son como La diva de la ruta 19, pues para muchas el respeto a ellas y a su trabajo es lo más importante, la mayoría no busca fama ni reconocimiento, solo se dedican a hacer su trabajo y ya. 

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico elbone089@gmail.com

El autor es reportero, cronista, escritor, especialista en lucha libre y aficionado al futbol.


viernes, 8 de febrero de 2019

LOS BOXEADORES DEL EJE 1 NORTE

Circulaba por la avenida Eje 1 Norte en dirección al oriente de la Ciudad de México, era martes, antes de las 5 de la tarde, para variar, el tráfico estaba pesado, mientras esperaba salir de ese embotellamiento, comencé a mirar a mi alrededor, algunos conductores hablaban por su teléfono celular, otros intentaban cambiar de carril y avanzar unos metros, incluso los más desesperados, invadían el carril de contraflujo para ganarle al semáforo y cruzar la avenida Congreso de la Unión.

En una de las banquetas, observé a dos jóvenes en situación de calle, uno de ellos vestía pantalón de mezclilla, roto y desgastado, y una playera que alguna vez fue blanca, llevaba en la mano una manzana y cada que le daba un mordisco la aventaba hacia arriba, la atrapaba y la volvía a morder.

El otro muchacho vestía pants negros, unos tenis muy viejos, en su mano derecha sostenía un pedazo de estopa, con la que se drogaba, la sudadera que traía puesta estaba en muy mal estado.

Los dos jóvenes caminaban uno al lado del otro, platicaban entre sí, se reían y compartían la droga, de pronto, metros más adelante, vieron una colchoneta vieja que colgaba de una barda, los chicos intercambiaron palabras y después de una breve discusión comenzaron a aventar una botella para bajarla.

Por más que lo intentaron, brincaron y se estiraron, no pudieron tirarla para hacerse de ella, todo lo que hicieron fue en vano; cansados y un poco molestos, abandonaron la misión y siguieron su camino.

Los autos avanzaban a vuelta de rueda, casi al mismo paso que los dos muchachos, yo los seguía con la mirada, pero ellos iban en su mundo; de pronto comenzaron a discutir por algún motivo, uno tiró lo que quedaba de su manzana al piso y empujó al otro, quien ni tardo ni perezoso se puso en guardia y le tiró golpes al aire; el de pantalón de mezclilla se cubría, aunque los golpes siempre fueron dirigidos hacia el lado contrario, ninguno daba en el objetivo.

Por varios minutos siguieron su paso así, uno tiraba golpes y el otro se cubría, por momentos se detenían, alzaban los brazos, caminaban hacia una esquina imaginaria, tomaban aire y seguían con el round. Algunos conductores les gritaban que se dieran golpes verdaderos, incluso un señor les gritó “Órale cabrones se van a romper las medias”.

Los jóvenes sin hacer caso de los gritos, siguieron en lo suyo por unos metros más. De pronto el de la sudadera levantó los brazos en alto, como señal de victoria y se autoproclamó ganador de la contienda, se subió a una jardinera y mandó besos al aire, el otro chico solo lo observaba y se reía.

La circulación comenzó a mejorar, antes de cruzar la avenida me percaté que la causa del embotellamiento fue un choque entre un camión repartidor de refrescos y un vehículo particular, los muchachos se abrazaron, intercambiaron unas palabras y siguieron su camino, se metieron a la estación del metro Morelos, de la línea B del STC Metro y desaparecieron del panorama.

Tal vez al estar cerca del “Barrio Bravo de Tepito” o de pasar todos los días por el famoso gimnasio “Gloria” de donde han surgido boxeadores de fama mundial, los jóvenes se contagiaron de ese espíritu de pugilista que los llevó a disputar una pelea en plena calle, y sin darse cuenta nos hicieron más liviano el viaje a quienes estábamos atrapados en una larga fila de autos.

La Ciudad de México alberga a miles de niños y jóvenes en situación de calle, y a veces son ellos los que nos dan una lección de amistad y compañerismo, no importó quien ganó o perdió, el abrazo al final de la pelea fue de fidelidad, pues su lucha es día con día al tratar de llevarse algo a la boca o de conseguir un lugar donde pasar la noche.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico elbone089@gmail.com