lunes, 2 de noviembre de 2015

LA ETERNA BATALLA ENTRE EL BIEN Y EL MAL

Al caer la noche, en las afueras de la Arena México, las calles de Dr. Lavista y Dr. Lucio se llenan de puestos ambulantes donde se vende todo lo relacionado con el pancracio mexicano. Los aficionados a la lucha libre se dan cita para presenciar la eterna pelea entre el bien y el mal sobre una tarima de 6x6, también llamada cuadrilátero.

La batalla cabe dentro de doce cuerdas; rudos y técnicos hacen su aparición entre luces y música, con sus trajes y máscaras llenas de colores, se disponen a pelear sobre el entarimado del templo sagrado de la lucha libre: la Arena México, así llamada por los comentaristas especializados.

Cuando las luces se apagan comienza la guerra entre buenos y malos; los Rudos emplean todas y cada una de sus artimañas para salir con la victoria, recurren al piquete de ojos, mordidas y golpes bajos. Los Técnicos por el contrario, hacen gala de las llaves y las contrallaves, de vuelos espectaculares y lances desde lo más alto.

Los asistentes entran en su rol, vitorean o abuchean según sea el caso, algunos tal vez recuerdan en ese luchador Rudo a su jefe que le pide que se quede más tiempo en la oficina, o ese que le descontó el día completo por haber llegado cinco minutos tarde; o a la suegra con la que nunca se ha llevado bien. Entonces ocurre lo inimaginable, los gritos se hacen cada vez más fuertes, los recordatorios maternos y los insultos hacia éstos son más constantes y ensordecedores. Total, no son ni sus jefes, ni sus suegras; por lo que los alaridos, ofensas e improperios suenan y hacen eco dentro del recinto.

Los del bando de los Rudos no se inmutan, para ellos cada grito, cada mentada, cada mala palabra o cada expresión de rechazo los vuelve más fuertes; es como si el menosprecio del público los reconfortase y los hiciera felices. Así que con más fuerza, más ganas y con todas las trampas que conocen, castigan a los Técnicos.

Hombres y mujeres de todas las edades se dan cita para presenciar esta guerra; cubren sus rostros con las máscaras de sus ídolos; algunos portan con singular alegría playeras alusivas a su personaje favorito; por los pasillos de la arena circulan vendedores que ofrecen botana, refrescos y tortas, así como las tradicionales chelas, esas que no pueden faltar para que el espectador se anime a gritar.

De pronto el público enmudece, uno de los luchadores se suspende en el aire como si fuera un ave en vuelo, realiza un lance hacia afuera del ring y para hacerlo más emocionante lo ejecuta de espaldas; por unos minutos el hombre ha volado, despegó de la tierra y tuvo el privilegio de sentir la libertad. Los aplausos no se hacen esperar, con gritos y chiflidos se reconoce el valor de ese guerrero.

Sobre el terreno sagrado del ring, por donde han desfilado un sin fin de hombres y mujeres que se hicieron ídolos del pancracio nacional con y sin máscara se observa de todo, pero sin duda las llaves y contrallaves es lo que la afición espera ver.

En la Arena México, se han llevado a cabo grandes batallas épicas, donde muchos gladiadores dejan sangre, sudor y lágrimas para obtener el reconocimiento del monstruo de mil cabezas, ese que puede hacer de un hombre un ídolo o dejarlo en el anonimato.

Cuando todo termina el aficionado se retira de la arena, contento y libre de estrés, cargado de energía; pues la furia contenida tras una semana larga de trabajo se queda ahí dentro, atrapada en cuatro paredes. Por ese día la batalla terminó, pero no para siempre; pues ésta continuará mientras exista la lucha libre mexicana, la mejor de todas.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.




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