lunes, 21 de diciembre de 2015

EL MIGRANTE

Carlos tocó a la puerta de mi casa en una fría tarde de lunes; cuando me asomé por la ventana no lo reconocí, tuve que preguntar dos veces para asegurarme quién era y qué quería.

Levantó levemente el rostro y contestó, “soy Carlos, ¿ya no te acuerdas de mí?”, miré a mis padres y les anuncié su llegada. Al abrirle noté las condiciones en las que estaba nuestro amigo. Venía sucio, desaliñado, vestía unos pantalones azules llenos de grasa, como si con ellos hubiese limpiado el piso, traía una sudadera oscura con la capucha puesta, el cabello desarreglado, los zapatos llenos de polvo y lodo, además de un cubrebocas puesto.

Cada que intentaba hablar, la voz se le cortaba y se le iba el aire, seguramente sufría una enfermedad respiratoria. Se sentó, tomó aire y como pudo nos preguntó cómo estábamos. Mis padres le ofrecieron agua y comida, él solo acepto el líquido pues no podía comer por el dolor en la garganta.

Carlos es hijo de un vecino, quien desde corta edad se ha visto inmiscuido en muchos problemas, lo cual lo llevó varias veces a la cárcel. Sentado en el sillón de nuestra sala nos relató su historia, según dijo intentó una vez más cruzar a los Estados Unidos, sin poder lograrlo, fue detenido por la patrulla fronteriza y entregado a las autoridades mexicanas en Tijuana, ahí lo dejaron libre y dos días después intentó cruzar de nuevo, pero no tuvo suerte; pasaron los días que pronto se volvieron meses. 

La necesidad lo hizo trabajar en los cruceros como tragafuegos, ahí conoció a dos jóvenes de origen salvadoreño con los cuales continuó en las calles. Una tarde fueron a comprar cervezas a un OXXO y en poco tiempo se hicieron amigos de la chica que atendía el establecimiento. Una noche la joven fue asesinada, la policía detuvo a los jóvenes extranjeros, pues eran los presuntos responsables de la muerte de la mujer. 

Carlos volvió a quedarse solo en las calles, su única compañía eran las drogas. Mientras nos cuenta la historia se pone cómodo en el sillón y se queda callado como si se aguantara las ganas de llorar, minutos después se quedó dormido, tal vez por el cansancio que se nota en su cara, nosotros permanecimos en silencio, no sabíamos qué hacer y solo nos mirábamos los unos a los otros, hasta que volvió a despertar, tomó más agua y continuó.

“Me tuve que ir de Tijuana, pues no quería que me inculparan también de la muerte de la tendera del OXXO”; los pasos de Carlos lo llevaron al estado de Puebla, ahí siguió trabajando en los cruceros y según nos dijo se gana bien, pues la gente siempre tiene una moneda para ayudar al prójimo. 

En las calles poblanas conoció a una mujer que limpiaba parabrisas en las esquinas y de la que se “enamoró”, con ella comenzó a trabajar duro intentando salir de la pobreza para poder formar una familia; no lo lograron, pues las drogas y el alcohol, sus compañeros de trabajo, no se los permitieron.

Siguieron en las calles de aquí para allá, durmiendo en hoteles y moteles de paso, sin rumbo fijo, hasta que los padres de la joven la internaron en un centro de rehabilitación. Carlos se volvió a quedar solo y se entregó de nuevo a los vicios. 

Según dice, en una ocasión estaba tan alcoholizado que al intentar realizar su acto, no controló la gasolina y el fuego le quemó la cara, se levantó el cubrebocas y nos mostró las huellas del accidente. 

Las lágrimas comenzaron a caer sobre sus mejillas al recordar a su madre recién fallecida y un momento después volvió al relato, “cuando me di cuenta que no tenía nada que hacer en Puebla, decidí regresar al Distrito Federal, ahorré algo de dinero en una mochila y me fui a la terminal, pero en el camino me asaltaron y me quitaron todo. Me tuve que subir al tren de carga a ver si me acercaba, pero me quedé dormido y cuando desperté estaba en Veracruz, así que tuve que regresarme trepado en el ferrocarril y después me vine caminando desde Tultitlán hasta acá”.

Carlos nos mostró algunas piezas de metal que traía en sus bolsillos y que eran parte de la carga del tranvía, luego nos entregó unas imágenes de San Judas Tadeo y del Niño Cieguito; mencionó que quería comprarse unas pastillas de metadona para que le ayudaran a dormir y a desintoxicarse y, de una vez por todas tratar de corregir el rumbo, alejarse del alcohol y las drogas. Se levantó, se despidió de nosotros y siguió su incierto camino. 

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.






martes, 15 de diciembre de 2015

EL ARREPENTIDO

Los aficionados hacen largas filas para salir del Estadio Azteca después de presenciar el partido entre América y León, correspondiente a la Fecha 1 del Torneo Mexicano; los americanistas salen felices y contentos porque el partido terminó con el marcador a su favor, entre cánticos y el sonido de los bombos que sirven para alentar al equipo poco a poco, se van retirando del inmueble.

En la explanada y los pasillos, algunos se enfrascan en un intercambio de palabras con los seguidores del conjunto del Bajío, quienes dolidos buscan la salida más próxima para evitar caer en provocaciones. Ya en las afueras, la mayoría quiere llevarse un recuerdo de su visita al Azteca: playeras, discos, fotografías de los jugadores, bufandas, así como comida son ofertados a precios accesibles para cada bolsillo. 

Parece que será un regreso a casa tranquilo hasta que, en el puente que une la explanada del estadio con la estación del tren ligero un hombre grita “Agárralo, me sacó el celular”. Algunas personas se hacen a un lado, otras siguen su camino intentando no quedar atrapadas entre la gresca. En una de las esquinas de la parada, un hombre somete a un joven que lucha por escapar y perderse entre la multitud, otro más le recrimina y le pide que entregue el teléfono que acaba de tomar de su bolsillo.

El supuesto ladrón afirma no saber de qué le hablan y se hace el desentendido, incluso grita que lo suelten, que lo están culpando injustificadamente, pero es inútil no podrá huir, porque ahora son dos hombres los que lo tienen detenido.

El sujeto voltea para todos lados, silba intentando que sus cómplices vengan en su rescate, pero es inútil, nadie viene en su ayuda. Varias personas intentan llamar a los policías para que se hagan cargo, sin embargo, el partido tiene pocos minutos de haber concluido y un mar de gente no permite la llegada de los uniformados.

Mientras esto sucedía me di a la tarea de documentar lo que pasaba, incluso llamé al número de emergencia para que una patrulla viniera a detener al presunto ladrón. Una voz del otro lado del teléfono tomó los datos correspondientes e hizo la llamada necesaria para que los elementos de seguridad acudieran al lugar. 

Así pasaron los minutos, entre jalones, silbidos y gritos del sujeto que aseguraba no haber robado el celular, hasta que los policías llegaron, aseguraron al ladrón y lo condujeron hasta una patrulla; al ver que el panorama se complicaba, el presunto culpable en una acción desesperada ofreció pagar el precio con tal de que no lo llevaran ante las autoridades, indicó que si le daban chance le hablaría a su mamá para que viniera a pagar el monto correspondiente, pero ni con su emotiva excusa logró convencer a nadie de su inocencia y fue trasladado a la delegación.

Ya en el Ministerio Público fue encarado con los denunciantes, al principio lo negó todo, pero cuando buscaron su expediente resultó tener antecedentes penales por robo, así que su inocencia y poca credibilidad se vino abajo. En su rostro se veía el miedo y la desesperación, al saber que no le iba a resultar tan fácil librarse de esta situación.

Mientras las horas pasaban, el afectado marcó al número del equipo que le había sido robado, al principio sonó sin que nadie tomara la llamada. Tras varios intentos, un hombre contestó y aseguró que se había encontrado el teléfono tirado y pedía una recompensa para poder entregarlo. Así, llamadas y mensajes se intercambiaron entre ambos números, algunos muy subidos de tono.

Mientras tanto, el joven afectado fue llamado a declarar, los policías le indicaron que, si lo deseaba, podía llegar a un acuerdo económico con el ladrón, no sin antes mencionarle que ellos también tenían que recibir una parte proporcional de esa negociación.

Los minutos seguían pasando, de nuevo sonó el celular, esta vez era una mujer que dijo ser la esposa del infractor y aseguró que estaba dispuesta a regresar el aparato con tal de que se le otorgara la libertad al joven. De común acuerdo se pactó la entrega y media hora después, descendieron de un vehículo un hombre y una mujer, quienes entregaron al joven su teléfono móvil. Los familiares del infractor pensaron que con la entrega los cargos serían removidos, pero no fue así, al ser considerado el robo como un delito grave se persigue de oficio, por lo que el infractor fue puesto a disposición del Ministerio Público por el delito de robo a transeúnte.

Al final del día, el joven recuperó su celular, a él no le importaba tanto el aparato, sino más bien la información que guardaba, las fotos personales, las cuentas de correo, los nombres y direcciones de sus clientes. Fue una tarde-noche difícil por el tiempo perdido en la Delegación, pero no tan difícil como la del infractor quién pagará caro su afición por hacerse de cosas ajenas.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.




domingo, 6 de diciembre de 2015

EL HOMBRE QUE PERDIÓ EL VALOR

En los vagones del metro de la Ciudad de México se viven a diario cientos de historias que quedan atrapadas dentro de sus puertas. Una multitud de personas buscan abrirse paso para intentar abordar el vagón que los llevará a sus diferentes destinos. Es hora pico y por consiguiente todos quieren entrar, no importa como, lo que cuenta es subirse y si es posible ocupar uno de los lugares para viajar cómodamente sentado.

Ya en el interior, y después de prácticamente haber luchado contra hombres, mujeres, niños y ancianos por un asiento, las puertas de la limosina naranja intentan cerrarse, la aglomeración genera que algunas personas se empujen al interior con todas sus fuerzas para no quedarse fuera o que las puertas los apachurren.

Un hombre de aproximadamente 35 años, alto, corpulento y con cara de pocos amigos se enfada con otro porque supuestamente lo aventó al intentar entrar; de su boca salen reclamos acompañados de maldiciones, mentadas de madre e improperios, intentando amedrentar al joven no mayor a 23 años que porta una mochila y en las manos lleva un tubo portaplanos (tal vez sea estudiante de arquitectura).

El tipo mayor pasa de los insultos a los empujones, al parecer tiene ganas de pelear y no le importa que el vagón esté casi a reventar; los demás usuarios intentan moverse para evitar ser empujados, todo parece indicar que el joven no se defenderá, pero cansado de los gritos y los empujones decide hacerle frente a su agresor: “No porque me veas chavo creas soy pendejo”, le responde e inmediatamente adopta una postura a la defensiva.

Una señora intenta mediar ante la inminente batalla: “cálmense que hay más gente, nos están empujando”, pero el problema se hace más grande; ahora el hombre corpulento arremete contra ella: “usted cállese pinche vieja chismosa”; la fémina se defiende: “chismosa la más vieja de tu casa”. Mientras todo esto ocurre el gusano naranja sigue su camino y en cada estación más gente intenta abordar.

El agresor encara nuevamente al joven y lo reta públicamente a que arreglen el problema en la próxima parada; el joven acepta y acto seguido comienza a guardar los objetos personales que pudieran caerse en la pelea. Al parecer todo terminará en los andenes del metro Jamaica.

Mientras el convoy avanza lentamente por sus rieles, el retador mira fijamente al joven y sigue amedrentándolo: “ahorita vas a ver, te voy a romper tu madre”, sin embargo el joven solo observa ante cualquier movimiento que pueda hacer su contrincante. Ambos adoptan una postura desafiante, cara a cara sin parpadear, intentando ganar la batalla antes de comenzarla. 

Los pasajeros observan el espectáculo, nadie se lo quiere perder, esperan ansiosos a que el tren llegue a la próxima estación y comience la batalla. Entonces el agresor se quita los lentes, se acomoda la mochila, se limpia el sudor que escurre por su frente, sin embargo se le ve nervioso; la señora que intervino se hace a un lado pues no quiere quedar atrapada entre los golpes.

Los minutos se hacen eternos, algunas personas comienzan a gritar “ya rómpanse su madre de una vez”, todos ansían que uno de los dos tire el primer golpe. El tren llega al lugar donde se decidirá todo, se va deteniendo poco a poco. Las puertas se abren, ambos contendientes cruzan miradas, el joven es el primero en bajar del vagón para intentar obtener ventaja, el retador da dos pasos hacia adelante pero se detiene antes de descender; la gente que esperaba la llegada del tren aborda e impide que el hombre valiente quien inició la gresca baje, pero éste intenta hacer como que se baja y finge que no lo dejan pasar.

El joven desde afuera comienza a gritarle: “ándale gallito, te estoy esperando, bájate para rompernos la madre”, se anuncia el inminente cierre de puertas, el joven se abre paso y vuelve a subir al vagón.

Desde el pasillo se escuchan los gritos de los pasajeros que ahora arremeten contra el provocador: “no que muy, muy”, “ándale, no que muy gallito”, unos más comienzan a burlarse con silbidos, incluso la señora le grita en la cara al belicoso caballero: “ya ve, perro que ladra no muerde”.

El bravucón ni siquiera levanta la mirada, se hace de oídos sordos y vuelve a limpiarse la frente, está petrificado, su valor se esfumó, perdió la pelea sin haberla comenzado. Todo el vagón se ríe a costa suya mientras él, espera que el tren avance y llegue a la próxima estación.

Cuando el gusano naranja llegó a Chabacano el hombre que perdió el valor bajó rápidamente para perderse entre la multitud; el joven también lo hizo intentando alcanzarlo para encararlo. Ambos se esfumaron entre los pasillos, el tren siguió su curso rumbo a Tacubaya, las puertas se cerraron, la gente volvió a lo suyo con una sonrisa en sus rostros de tan cómico espectáculo.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.

lunes, 23 de noviembre de 2015

LA ESTAFA

“Importante empresa solicita por expansión auxiliar administrativo, 2600 semanales”

Definitivamente esta fue la frase que me enganchó, la leí en la sección de empleos en uno de los periódicos que se encontraban en mi casa. Al día siguiente, sin verificar la existencia de la empresa, salí muy temprano y me presente a entrevista.

Me puse mi traje gris; sí, ese que ocupo para casi todos los eventos importantes, lustré mis zapatos y escogí una de mis mejores corbatas, ya que dicen que la primera imagen es la que cuenta. Cabe señalar que en mi condición de recién egresado no hay muchas ofertas de empleo, así que no se pueden dejar pasar las oportunidades. 

Llegue muy temprano a las oficinas donde era la cita y para mi sorpresa noté que había una cantidad enorme de personas haciendo fila; me llamó mucho la atención que todos iban para el mismo puesto; imaginé que era una empresa grande y por eso solicitaban tanto personal. 

Ya en el interior y después de esperar casi una hora bajo el rayo del sol, ingresamos a un auditorio en el que había mucha más gente esperando; para compensar el tiempo, nos ofrecieron jugo de naranja y galletas; además, en una pantalla gigante se proyectaba la película “En busca de la felicidad”.

Después de un largo rato logré entrar a la tan ansiada entrevista, no me pidieron mis documentos y solo se limitaron a hablar sobre su compañía, y mis ganas de integrarme a una de las mejores empresas del país. La persona que me cuestionaba tenía todo menos facha de reclutador, su camisa, su traje y su corbata decían otra cosa; además mostraba un tono egocéntrico, me preguntó si tenía tiempo para quedarme a las evaluaciones, no sin antes advertirme que si accedía por ninguna razón podía abandonar la sala. 

Decidí quedarme con tal de obtener el empleo y cuando iniciaron las “evaluaciones”, lo primero que nos dijeron, era que estábamos apunto de entrar a trabajar a una gran corporación, nos mostraron fotografías de casos de éxito. Más de uno se emocionó al ver los carros último modelo y los viajes en yate de las personas que empezaron desde abajo y que ahora eran gerentes o socios. 

Después de la plática motivacional, entramos en grupo a realizar las pruebas, para este momento ya pasaba del mediodía y de nueva cuenta nos advirtieron que las personas que no pasaran los exámenes no serían contratadas. Nos entregaron una hoja con 60 preguntas, las primeras quince eran datos personales, las siguientes 40 fueron del tipo ¿estoy capacitado para realizar este trabajo? y las últimas cinco tenían que ver con aspectos de la vida cotidiana. Bastante fácil, pensé, y me dispuse a completar la evaluación. 

Al terminar, uno a uno nos fueron llamando para darnos el resultado; lamentablemente la mitad del grupo no acreditó la prueba, “es una lástima” mencionó el encargado y amablemente les pidió que se retiraran del salón; alrededor de 15 personas permanecimos en el lugar, fuimos felicitados y nos entregaron un comprobante con el que tendríamos que asistir al siguiente día a un seminario de estrategias de integración, así como cupones para acudir a una plática de superación personal. 

¿Y el empleo? ¿En qué momento voy a firmar el contrato? Le pregunté al supuesto reclutador y nuevamente me comentó que no debía preocuparme, que ellos ya tenían mis datos y que harían el trámite correspondiente. 

¿Pero si nunca les entregué mis documentos, cómo realizarían el trámite? Ya eran más de las dos de la tarde, mi estómago empezaba a sentir los estragos de no haber desayunado bien. El tiempo pasaba y el proceso de selección seguía, ahora nos encontrábamos en una sala donde nos dieron la bienvenida a la organización, nos entregaron más documentos, los cuales debíamos firmar. Si alguien tenía alguna duda tenía que esperar al final de la plática para que alguien se la aclarara. 

Las horas transcurrieron, ya no nos volvieron a ofrecer ni jugo, ni galletas; los oradores hablaban y hablaban e implementaban dinámicas de empatía para que no nos aburriéramos. Alrededor de las cuatro de la tarde, nos pidieron una cuota de 50 pesos, con los que se cubrían los gastos de papelería, esa que se nos fue repartiendo a lo largo del día. Además, nos proporcionaron un estuche de muestras de lociones y una hoja con sus respectivos nombres y precios, nos dijeron que como prueba final, teníamos que vender 40 perfumes, pero como los gerentes y ejecutivos de la empresa eran personas que creían en nosotros, solo debíamos vender 10.

Por fin nos dejaron salir de la sala, nos citaron para el siguiente día en el que supuestamente nos entregarían el contrato y nos explicarían las formas de pago. También nos recomendaron llevar el dinero correspondiente a la venta de las 10 lociones, ya que eso nos abriría más puertas.

Salí cansado, aburrido y con mucha hambre; llegue a mi casa y comencé a buscar en la web información sobre la supuesta corporación, en algunos foros encontré casos parecidos al mío, me di cuenta que había caído en las redes de una empresa fraudulenta que se dedicaba a enganchar y engañar a muchas personas ofreciendo un empleo bien pagado y lleno de beneficios. 

El negocio de estas organizaciones es la venta de los perfumes, después de venderlos, la persona entrega sus ganancias para unirse a la compañía, una vez dentro, las actividades básicamente están dirigidas a atraer más gente y hacerlas caer en el mismo engaño. Desafortunadamente no hay suerte para todos ya que las personas que no logran vender las lociones tienen que pagarlas de su propio dinero, situación que se aclara en una de las tantas hojas que se firman el primer día y quien no lo hace queda descartado para la contratación. 

Ya no volví a presentarme en ese lugar, ya había perdido demasiado tiempo, además de los 50 pesos que me pidieron amablemente. Total que son 50 pesos, pude haber perdido más, pero también pude ahorrarme todo este trajín si desde el principio hubiera investigado antes este tipo de “Gran oportunidad de empleo”.

En varias ciudades del país existen empresas fraudulentas que se dedican a estafar a cientos de personas haciéndoles creer que serán contratadas y obtendrán muy buenos beneficios. La mayoría son jóvenes que buscan tener un ingreso para continuar con sus estudios, aunque todo aquel que vea el anuncio puede correr la misma suerte.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.





domingo, 15 de noviembre de 2015

FALDA, MEDIAS Y TACONES

Mariana salió muy temprano de su casa rumbo al trabajo; era una mañana de martes como cualquier otra, nada nuevo, más de lo mismo: gente corriendo por las calles para alcanzar el transporte público, niños apurados para llegar a tiempo a la escuela, el ruido ensordecedor de los motores de los autos y el bullicio común y corriente de una gran ciudad.

Fue hasta que cruzó la esquina y se encontró con el señor de la basura, quien la saludo muy cordial - Buenos días señorita-, cuando ella notó que no sería un día como los demás. Sólo contestó el saludo y siguió su camino.

Al abordar el camión que la llevaría rumbo a la estación del metro más cercano a su domicilio, uno de los pasajeros amablemente se levantó y le ofreció el lugar, un poco extrañada miró a su alrededor y notó que había más mujeres paradas, incluso señoras de la tercera edad, pero a ninguna les habían cedido el lugar; sin darle mucha importancia tomó el asiento, sacó su libro y comenzó con su lectura matutina.

Cuando llegó al metro; antes de descender de la unidad donde viajaba, el chofer le deseo un buen día, solo a ella –Que tenga buen día, señorita-. Ya en el interior de la estación Observatorio, el policía que todos los días cuida el acceso restringido para mujeres y que nunca se había mostrado amable, también la saludó. Mariana comenzó a sospechar que algo pasaba, pero hasta ese momento no sabía qué era. 

Al llegar a su trabajo de nuevo notó algo extraño, algunos de sus compañeros la saludaron de un modo distinto y otros que nunca la saludaban, esta vez lo hicieron; incluso su jefe fue más amable de lo habitual.

Todo era muy raro, Mariana no sabía por qué ese cambio tan repentino en los hombres. Cuando salió del trabajo rumbo a su casa, se percató que las miradas, los saludos y muestras de atención continuaban; para acabar el día uno de los choferes le ofreció el lugar del copiloto, además de invitarla a subir a la unidad antes que las personas que estaban formadas antes que ella.

En ese momento lo entendió y pensó: Una falda corta (más no minifalda), unas medias negras (sin ser transparentes) y unas zapatillas, cambiaron la imagen que los varones, aún sin conocerla, tenían de ella. Al llegar a casa le contó a su esposo la travesía y expuso su enojo. 

Ustedes son muy visuales, les gusta ver a las mujeres, sean solteras o casadas, delgadas o llenitas, para los hombres lo importante es observarlas; caminar, subir y bajar del transporte, sentarse y levantarse. 

Pero lo que no saben es que a nosotras no nos halaga que nos cedan el asiento, o que nos vean el trasero o las piernas, y que nunca le voy a hacer la plática al chofer por dejarme subir antes que los demás.

Aun cuando mi día fue diferente gracias al poder que tiene en los varones una falda, unas medias y unas zapatillas, no voy a dejar de usarlas, me voy a vestir como se me dé la gana, aunque para ellos hoy haya sido una Mariana distinta, tal vez más bonita. Pero mañana mejor me llevo pantalón al trabajo.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.




lunes, 2 de noviembre de 2015

LA ETERNA BATALLA ENTRE EL BIEN Y EL MAL

Al caer la noche, en las afueras de la Arena México, las calles de Dr. Lavista y Dr. Lucio se llenan de puestos ambulantes donde se vende todo lo relacionado con el pancracio mexicano. Los aficionados a la lucha libre se dan cita para presenciar la eterna pelea entre el bien y el mal sobre una tarima de 6x6, también llamada cuadrilátero.

La batalla cabe dentro de doce cuerdas; rudos y técnicos hacen su aparición entre luces y música, con sus trajes y máscaras llenas de colores, se disponen a pelear sobre el entarimado del templo sagrado de la lucha libre: la Arena México, así llamada por los comentaristas especializados.

Cuando las luces se apagan comienza la guerra entre buenos y malos; los Rudos emplean todas y cada una de sus artimañas para salir con la victoria, recurren al piquete de ojos, mordidas y golpes bajos. Los Técnicos por el contrario, hacen gala de las llaves y las contrallaves, de vuelos espectaculares y lances desde lo más alto.

Los asistentes entran en su rol, vitorean o abuchean según sea el caso, algunos tal vez recuerdan en ese luchador Rudo a su jefe que le pide que se quede más tiempo en la oficina, o ese que le descontó el día completo por haber llegado cinco minutos tarde; o a la suegra con la que nunca se ha llevado bien. Entonces ocurre lo inimaginable, los gritos se hacen cada vez más fuertes, los recordatorios maternos y los insultos hacia éstos son más constantes y ensordecedores. Total, no son ni sus jefes, ni sus suegras; por lo que los alaridos, ofensas e improperios suenan y hacen eco dentro del recinto.

Los del bando de los Rudos no se inmutan, para ellos cada grito, cada mentada, cada mala palabra o cada expresión de rechazo los vuelve más fuertes; es como si el menosprecio del público los reconfortase y los hiciera felices. Así que con más fuerza, más ganas y con todas las trampas que conocen, castigan a los Técnicos.

Hombres y mujeres de todas las edades se dan cita para presenciar esta guerra; cubren sus rostros con las máscaras de sus ídolos; algunos portan con singular alegría playeras alusivas a su personaje favorito; por los pasillos de la arena circulan vendedores que ofrecen botana, refrescos y tortas, así como las tradicionales chelas, esas que no pueden faltar para que el espectador se anime a gritar.

De pronto el público enmudece, uno de los luchadores se suspende en el aire como si fuera un ave en vuelo, realiza un lance hacia afuera del ring y para hacerlo más emocionante lo ejecuta de espaldas; por unos minutos el hombre ha volado, despegó de la tierra y tuvo el privilegio de sentir la libertad. Los aplausos no se hacen esperar, con gritos y chiflidos se reconoce el valor de ese guerrero.

Sobre el terreno sagrado del ring, por donde han desfilado un sin fin de hombres y mujeres que se hicieron ídolos del pancracio nacional con y sin máscara se observa de todo, pero sin duda las llaves y contrallaves es lo que la afición espera ver.

En la Arena México, se han llevado a cabo grandes batallas épicas, donde muchos gladiadores dejan sangre, sudor y lágrimas para obtener el reconocimiento del monstruo de mil cabezas, ese que puede hacer de un hombre un ídolo o dejarlo en el anonimato.

Cuando todo termina el aficionado se retira de la arena, contento y libre de estrés, cargado de energía; pues la furia contenida tras una semana larga de trabajo se queda ahí dentro, atrapada en cuatro paredes. Por ese día la batalla terminó, pero no para siempre; pues ésta continuará mientras exista la lucha libre mexicana, la mejor de todas.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.




sábado, 24 de octubre de 2015

ANGUSTIA

“Armando tenía 15 años cuando murió, bueno me lo mataron” son las palabras de una madre que suspira por el recuerdo de su hijo muerto no hace más de un año.

La historia comenzó cuando desde pequeño mi hijo cambio los juegos por el dinero; una cosa pequeña lleva a una más grande y así fue como en un abrir y cerrar de ojos se le fue la vida a mi niño.

María tiene 38 años, tuvo cuatro hijos, le sobreviven dos, uno está en la cárcel y uno más atiende una tortillería; dos fueron asesinados; uno a consecuencia de una venganza y el más chico, Armando fue levantado, torturado y muerto a manos de un cártel de las drogas que opera en el Estado de México.

Mi niño comenzó haciendo mandados, “entregando tortas” una o dos veces por semana; después una o dos por día; hasta que las entregas fueron más frecuentes. Dentro de la colonia era un secreto a voces que se vendía droga, pero nadie decía, ni hacía nada para no meternos en problemas. 

Armando fue creciendo y el dinero fácil a manos llenas llegó; ropa, tenis de marca y algunos lujos eran cosa de todos los días. Uno de los errores más grandes de nosotros como padres, fue hacernos de la vista gorda y pedirle al niño que nos ayudara con los gastos de la casa.

La madre suena arrepentida, como si quisiera regresar el tiempo, como si lo único que deseara fuera pedirles perdón a sus hijos, esos que ya no están con ella.

El tiempo pasó y mi esposo también le entró a eso de las entregas, nuestra vida cambió; las carencias en la familia se fueron, vinieron los lujos y las comodidades, pero lo que mal empieza mal termina; un día la AFI entró a nuestra casa, no encontraron nada, pero nos la quitaron. 

Mi marido tuvo que huir a los Estados Unidos; y mis hijos y yo cambiamos de residencia; nos mudamos al Estado de México. Ahí pensamos que podíamos volver a empezar, que lo pasado en el pasado se quedaría, pero no fue así.

María toma aire, sabe que su historia no termina ahí, los recuerdos que pasan por su mente hacen que la voz se le quiebre; que mire primero al cielo y después a sus dedos entrelazados con fuerza, tras un momento de meditación decide seguir. 

Mi hijo nunca quiso “entender” que si te gusta la vida fácil y el dinero, es muy difícil cambiar y dedicarte a otra cosa. 

En los ojos de María se esconde el llanto, las lágrimas están a punto de salir, bebe un poco de agua y continúa.

Ya en el Estado de México las cosas no fueron distintas, lo único que cambió fue el nombre de la banda y el patrón. Un día Armando desapareció, no llegó a dormir y fue entonces cuando comenzó la preocupación.

Armando fue levantado por miembros de su propia banda; al parecer porque éste se negó a entregar parte de las ganancias de la venta de drogas. Por varios días su madre y familiares lo buscaron sin tener éxito. 

Algunos vecinos le comentaron a María que lo subieron en una camioneta blanca, para después perderse entre las calles de la colonia.

Con todo el dolor y miedo del mundo, tuve que ir con el patrón a preguntar por mi hijo; le dije que me lo regresara vivo o muerto, pero que me lo regresara así como lo tuviera. Con frialdad me contestó que no sabía de lo que le hablaba, que él no sería capaz de hacer una cosa así, con alguien de su propio grupo. 

Las lágrimas terminan por caer y se deslizan por las mejillas de María; sin duda la mujer fuerte que comenzó a narrar esta historia se ha ido, se seca con un pañuelo y con los labios temblorosos termina.

Dos días después me avisaron que habían encontrado a mi hijo, estaba muerto; me lo fueron a tirar afuera de una tlapalería. María estalla en llanto, ya no puede seguir contando su historia, flaquea cuando el recuerdo de la angustia que vivió es más fuerte que ella, sus palabras se cortan, los nervios son muchos. La mujer abraza a su hijo que la acompaña, no puede más.

El cuerpo de Armando presentaba huellas de tortura, tenía las manos amarradas, había sido golpeado, se le veían moretones por doquier y un ojo reventado. Es lo último que María nos pudo contar. 

En México los cárteles de la droga reclutan y enganchan cada vez más a niños y jóvenes para utilizarlos como distribuidores; muchos de ellos como Adán, ni siquiera alcanzan a vivir más de 18 años.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.

Foto: reporterosenmovimiento






sábado, 17 de octubre de 2015

MICROBUSEANDO


“Se podría decir que el oficio del microbusero es el peor de todos, pero no es verdad, aquí somos lo que queremos ser, en mi caso soy el más guapo de la ruta y a las pruebas me remito, por mi unidad han desfilado un sin fin de mujeres que se han sentado en el espacio de honor de mi microbús, sí, ese asiento, el de hasta delante, que queda exactamente al frente de todos”.

Así es como el todasmías de Pantitlán inicia la conversación en una mañana de caos. El microbús abarrotado, con olor a pino y en mal estado se abre paso entre camiones y autos particulares.

“En ese asiento las señoras y señoritas más de una vez me han acompañado en mi trayecto, yo no tengo la culpa de que mi madre me haya dado sus mejores genes; es lo que pienso todos y cada uno de los días cuando me miro en el espejo”.

Nuestro conductor hace altos inesperados, recoge pasaje en doble fila y no respeta los límites de velocidad, los pasajeros se aferran con todas las uñas para no sufrir una dolorosa caída.

“Las jovencitas caen a mis pies rendidas cuando les echo el choro mareador que durante años me he aprendido, !Qué guapa eres! ¡Qué bonitos ojos tienes! hay unas que se dan su taco, pero todas tienen un punto débil; solo hay que saber llegarles al corazón”.

El claxón de un auto particular se escucha con recordatorio materno y es que, por intentar ganar pasaje, el conductor del microbús casi provoca un accidente.

“En cambio a las señitos se les habla de diferente forma, a ellas hay que entenderlas y ponerse en sus zapatos pues muchas sufren de soledad: esa soledad que se da cuando sus esposos ni las pelan”.

Una señora de edad avanzada hace la parada y mientras sube, los varones cierran los ojos y se hacen los dormidos para no ceder el asiento.

“Muchas de las mujeres maduras son más fáciles de pescar y, no quiero que por fáciles se entienda otra cosa; es simple, ellas están muy solas y olvidadas por sus esposos y mis brazos están ahí para consolarlas”.

Casi llegamos a nuestro destino; el tráfico empeora; metros más adelante, otro microbús está estampado en un poste: el exceso de velocidad y la imprudencia del conductor ,los causantes de este escenario.

“La cosa es simple, a quién le dan pan que llore; yo solo estoy ahí para darles lo que ellas me pidan, ya sea desde un aventón o hasta un reempujón; así es la vida sobre el microbús y siempre hay una historia diferente”.

¡Que tengan buen día señores! es la frase con la que se despide nuestro personaje de sus pasajeros; los cuales bajan de la unidad a toda prisa no sin antes dar gracias a Díos de haber llegado con bien a su destino.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.