domingo, 6 de diciembre de 2015

EL HOMBRE QUE PERDIÓ EL VALOR

En los vagones del metro de la Ciudad de México se viven a diario cientos de historias que quedan atrapadas dentro de sus puertas. Una multitud de personas buscan abrirse paso para intentar abordar el vagón que los llevará a sus diferentes destinos. Es hora pico y por consiguiente todos quieren entrar, no importa como, lo que cuenta es subirse y si es posible ocupar uno de los lugares para viajar cómodamente sentado.

Ya en el interior, y después de prácticamente haber luchado contra hombres, mujeres, niños y ancianos por un asiento, las puertas de la limosina naranja intentan cerrarse, la aglomeración genera que algunas personas se empujen al interior con todas sus fuerzas para no quedarse fuera o que las puertas los apachurren.

Un hombre de aproximadamente 35 años, alto, corpulento y con cara de pocos amigos se enfada con otro porque supuestamente lo aventó al intentar entrar; de su boca salen reclamos acompañados de maldiciones, mentadas de madre e improperios, intentando amedrentar al joven no mayor a 23 años que porta una mochila y en las manos lleva un tubo portaplanos (tal vez sea estudiante de arquitectura).

El tipo mayor pasa de los insultos a los empujones, al parecer tiene ganas de pelear y no le importa que el vagón esté casi a reventar; los demás usuarios intentan moverse para evitar ser empujados, todo parece indicar que el joven no se defenderá, pero cansado de los gritos y los empujones decide hacerle frente a su agresor: “No porque me veas chavo creas soy pendejo”, le responde e inmediatamente adopta una postura a la defensiva.

Una señora intenta mediar ante la inminente batalla: “cálmense que hay más gente, nos están empujando”, pero el problema se hace más grande; ahora el hombre corpulento arremete contra ella: “usted cállese pinche vieja chismosa”; la fémina se defiende: “chismosa la más vieja de tu casa”. Mientras todo esto ocurre el gusano naranja sigue su camino y en cada estación más gente intenta abordar.

El agresor encara nuevamente al joven y lo reta públicamente a que arreglen el problema en la próxima parada; el joven acepta y acto seguido comienza a guardar los objetos personales que pudieran caerse en la pelea. Al parecer todo terminará en los andenes del metro Jamaica.

Mientras el convoy avanza lentamente por sus rieles, el retador mira fijamente al joven y sigue amedrentándolo: “ahorita vas a ver, te voy a romper tu madre”, sin embargo el joven solo observa ante cualquier movimiento que pueda hacer su contrincante. Ambos adoptan una postura desafiante, cara a cara sin parpadear, intentando ganar la batalla antes de comenzarla. 

Los pasajeros observan el espectáculo, nadie se lo quiere perder, esperan ansiosos a que el tren llegue a la próxima estación y comience la batalla. Entonces el agresor se quita los lentes, se acomoda la mochila, se limpia el sudor que escurre por su frente, sin embargo se le ve nervioso; la señora que intervino se hace a un lado pues no quiere quedar atrapada entre los golpes.

Los minutos se hacen eternos, algunas personas comienzan a gritar “ya rómpanse su madre de una vez”, todos ansían que uno de los dos tire el primer golpe. El tren llega al lugar donde se decidirá todo, se va deteniendo poco a poco. Las puertas se abren, ambos contendientes cruzan miradas, el joven es el primero en bajar del vagón para intentar obtener ventaja, el retador da dos pasos hacia adelante pero se detiene antes de descender; la gente que esperaba la llegada del tren aborda e impide que el hombre valiente quien inició la gresca baje, pero éste intenta hacer como que se baja y finge que no lo dejan pasar.

El joven desde afuera comienza a gritarle: “ándale gallito, te estoy esperando, bájate para rompernos la madre”, se anuncia el inminente cierre de puertas, el joven se abre paso y vuelve a subir al vagón.

Desde el pasillo se escuchan los gritos de los pasajeros que ahora arremeten contra el provocador: “no que muy, muy”, “ándale, no que muy gallito”, unos más comienzan a burlarse con silbidos, incluso la señora le grita en la cara al belicoso caballero: “ya ve, perro que ladra no muerde”.

El bravucón ni siquiera levanta la mirada, se hace de oídos sordos y vuelve a limpiarse la frente, está petrificado, su valor se esfumó, perdió la pelea sin haberla comenzado. Todo el vagón se ríe a costa suya mientras él, espera que el tren avance y llegue a la próxima estación.

Cuando el gusano naranja llegó a Chabacano el hombre que perdió el valor bajó rápidamente para perderse entre la multitud; el joven también lo hizo intentando alcanzarlo para encararlo. Ambos se esfumaron entre los pasillos, el tren siguió su curso rumbo a Tacubaya, las puertas se cerraron, la gente volvió a lo suyo con una sonrisa en sus rostros de tan cómico espectáculo.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.

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