martes, 15 de diciembre de 2015

EL ARREPENTIDO

Los aficionados hacen largas filas para salir del Estadio Azteca después de presenciar el partido entre América y León, correspondiente a la Fecha 1 del Torneo Mexicano; los americanistas salen felices y contentos porque el partido terminó con el marcador a su favor, entre cánticos y el sonido de los bombos que sirven para alentar al equipo poco a poco, se van retirando del inmueble.

En la explanada y los pasillos, algunos se enfrascan en un intercambio de palabras con los seguidores del conjunto del Bajío, quienes dolidos buscan la salida más próxima para evitar caer en provocaciones. Ya en las afueras, la mayoría quiere llevarse un recuerdo de su visita al Azteca: playeras, discos, fotografías de los jugadores, bufandas, así como comida son ofertados a precios accesibles para cada bolsillo. 

Parece que será un regreso a casa tranquilo hasta que, en el puente que une la explanada del estadio con la estación del tren ligero un hombre grita “Agárralo, me sacó el celular”. Algunas personas se hacen a un lado, otras siguen su camino intentando no quedar atrapadas entre la gresca. En una de las esquinas de la parada, un hombre somete a un joven que lucha por escapar y perderse entre la multitud, otro más le recrimina y le pide que entregue el teléfono que acaba de tomar de su bolsillo.

El supuesto ladrón afirma no saber de qué le hablan y se hace el desentendido, incluso grita que lo suelten, que lo están culpando injustificadamente, pero es inútil no podrá huir, porque ahora son dos hombres los que lo tienen detenido.

El sujeto voltea para todos lados, silba intentando que sus cómplices vengan en su rescate, pero es inútil, nadie viene en su ayuda. Varias personas intentan llamar a los policías para que se hagan cargo, sin embargo, el partido tiene pocos minutos de haber concluido y un mar de gente no permite la llegada de los uniformados.

Mientras esto sucedía me di a la tarea de documentar lo que pasaba, incluso llamé al número de emergencia para que una patrulla viniera a detener al presunto ladrón. Una voz del otro lado del teléfono tomó los datos correspondientes e hizo la llamada necesaria para que los elementos de seguridad acudieran al lugar. 

Así pasaron los minutos, entre jalones, silbidos y gritos del sujeto que aseguraba no haber robado el celular, hasta que los policías llegaron, aseguraron al ladrón y lo condujeron hasta una patrulla; al ver que el panorama se complicaba, el presunto culpable en una acción desesperada ofreció pagar el precio con tal de que no lo llevaran ante las autoridades, indicó que si le daban chance le hablaría a su mamá para que viniera a pagar el monto correspondiente, pero ni con su emotiva excusa logró convencer a nadie de su inocencia y fue trasladado a la delegación.

Ya en el Ministerio Público fue encarado con los denunciantes, al principio lo negó todo, pero cuando buscaron su expediente resultó tener antecedentes penales por robo, así que su inocencia y poca credibilidad se vino abajo. En su rostro se veía el miedo y la desesperación, al saber que no le iba a resultar tan fácil librarse de esta situación.

Mientras las horas pasaban, el afectado marcó al número del equipo que le había sido robado, al principio sonó sin que nadie tomara la llamada. Tras varios intentos, un hombre contestó y aseguró que se había encontrado el teléfono tirado y pedía una recompensa para poder entregarlo. Así, llamadas y mensajes se intercambiaron entre ambos números, algunos muy subidos de tono.

Mientras tanto, el joven afectado fue llamado a declarar, los policías le indicaron que, si lo deseaba, podía llegar a un acuerdo económico con el ladrón, no sin antes mencionarle que ellos también tenían que recibir una parte proporcional de esa negociación.

Los minutos seguían pasando, de nuevo sonó el celular, esta vez era una mujer que dijo ser la esposa del infractor y aseguró que estaba dispuesta a regresar el aparato con tal de que se le otorgara la libertad al joven. De común acuerdo se pactó la entrega y media hora después, descendieron de un vehículo un hombre y una mujer, quienes entregaron al joven su teléfono móvil. Los familiares del infractor pensaron que con la entrega los cargos serían removidos, pero no fue así, al ser considerado el robo como un delito grave se persigue de oficio, por lo que el infractor fue puesto a disposición del Ministerio Público por el delito de robo a transeúnte.

Al final del día, el joven recuperó su celular, a él no le importaba tanto el aparato, sino más bien la información que guardaba, las fotos personales, las cuentas de correo, los nombres y direcciones de sus clientes. Fue una tarde-noche difícil por el tiempo perdido en la Delegación, pero no tan difícil como la del infractor quién pagará caro su afición por hacerse de cosas ajenas.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca. ¿Quieres que cuente tu historia? Escríbeme a mi correo electrónico.




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