lunes, 25 de julio de 2016

EL VAGABUNDO ANDRÉS

Paseando por la Alameda Central me detuve y me senté en una de sus bancas para contemplar las distintas tribus urbanas que hacen de ese espacio público su punto de reunión. De pronto, una persona se me acercó, tenía la ropa en mal estado, el cabello largo y maltratado, aparentaba unos 60 años, la cara y las manos estaban sucias. Vestía
un pantalón azul marino roto y desgastado, una playera blanca y un saco gris; en una mano sostenía un periódico y en la otra una botella de agua a medio tomar.

Me hizo una seña, interpreté que quería una moneda, pero no se la di, miré hacia otro lado esperando que con eso se alejara, pero no fue así, dio dos pasos hacia adelante y justo cuando más gente pasaba cerca de él, comenzó a hablar; al principio no le di importancia, pero poco a poco comencé a escucharlo con más atención.

Primero le reclamó a un hombre por no sonreír, dijo que si un ser humano no sonreía por lo menos una vez al día, no podía decir que era alguien feliz; luego le preguntó a otro sujeto por qué cuando él se le acercó, se había alejado como si le fuera a pegar una enfermedad; el hombre intentaba entablar una conversación con la gente, pero una y otra vez era ignorado, como si fuera invisible, como si no existiera.

Algunas personas que estaban sentadas alrededor de las fuentes que enmarcan este lugar, miraban al individuo con un poco de interés, pues cada que podía levantaba la voz sin llegar a gritar. Después, intentó dar un abrazo a uno de los transeúntes que se cruzó en su camino, pero fue rechazado con un leve empujón.

Varias veces fue despreciado por los paseantes, sin embargo, eso no le borró la sonrisa del rostro, me pregunté ¿de qué se reía?, ¿estaría borracho?, poco a poco me fui acercado para intentar entenderlo, mientras él no dejaba de hablar, tal vez estaba loco, fue lo que primero que vino a mi mente.

Comenzó a hablar de religión, después siguió con política, cultura y, a pesar de su facha, parecía ser alguien inteligente, pues sus opiniones y referencias a distintos temas no eran del todo descabelladas, incluso citaba a grandes personajes de la historia, poetas, políticos, escritores, religiosos y más.

Minutos más tarde inició una conversación consigo mismo, fue así que muchos de los presentes, quienes antes lo ignoraron, comenzaron a prestarle atención, se reían y lo miraban fijamente; poco a poco logró que más gente se acercara para escucharlo, ya no eran ni una ni dos personas quienes lo rodeaban, ya se contaban alrededor de 30 almas reunidas y que atentamente seguían su narración.

Dijo ser alguien que había tenido todo en la vida: fama, dinero, mujeres, autos, viajes etcétera; recordó haber sido director general de una gran empresa a nivel internacional y que por diversas razones lo había perdido todo, quedándose en la calle. Mencionó que también se dedicó a la venta de bienes raíces, incluso le reclamó a una mujer el por qué no quería pagarle el monto total de la venta de una propiedad; una y otra vez se lo reclamó y le advirtió que si no le pagaba la iba llevar hasta los tribunales.

Finalmente, después de casi 10 minutos de palabras sin sentido, narraciones, historias, ademanes y una que otra pelea con sus múltiples personalidades, agradeció a los presentes su atención; dijo que era actor de teatro y que estaba interpretando a uno de sus personajes favoritos llamado Andrés el vagabundo.

Muchos de los presentes le aplaudieron, porque más allá de su apariencia física y de lo alocado que podría parecer, su interpretación había sido muy buena; algunos otros le dieron dinero, Andrés se despidió de todos con la frase “Gracias por apoyar a este pobre vagabundo, que de pobre no tiene nada”. Emprendió su camino y desapareció en la entrada de la estación del metro Bellas Artes.

Tal vez tenía razón, pues su pobreza podría ser monetaria, sin embrago, era rico en sonrisas, aplausos, opiniones y sobretodo en valor para enfrentar a quienes lo desprecian por vestir, caminar y actuar distinto, en un país en que los prejuicios siguen siendo el pan de cada día.

En la ciudad de México es común encontrarse con tipos como Andrés, quienes explotan su talento en cada esquina de la ciudad o en cada estación o paradero del Metro, podemos ver a grandes cirqueros, cantantes, poetas, malabaristas, merolicos, entre otros; personajes que pueden pasar inadvertidos y llegar a engañar a nuestros ojos, pero que en ocasiones nos sorprenden y atrapan a nuestra mente y por qué no, a nuestro corazón.

Nos leemos la próxima, recuerden que siempre hay una historia distinta que contar; me despido desde la Capital Azteca.

Foto: larazon.com

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